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Cada amanecer ella se abre ante los regalos de la vida; luz, olores, tibieza, rocío. Está quieta. Muchas veces ausente, quiere ir más allá. Allá hacia donde la transporta su espíritu en donde están sus sueños, todo lo imaginado y sin embargo; no puede lograr y ante esta pobreza de alma ella se queda con eso con su imaginación con su mundo fuera de este espacio temporal, esa que si bien es cierto no la hace moverse de donde se encuentra pero al menos la transporta, la libera.
Y esta reja y estas raíces que cada día pasan por debajo de ella y por encima se hacen cómplices del viento que ayuda a sentir mucho más ese cansancio puesto que aunque cuando sopla le envía fabulosos aromas contradictoriamente también le envía pequeños gránulos de tierra que con el correr del tiempo se acumulan y hacen que se aleje cada vez más la posibilidad de renacer.
Más aun, aunque que ella quieta está, siente que llegará su momento, que el tiempo e incluso el viento irán al son de su danza. Algo vendrá así como vienen de súbito las nubes cuando va a llover. Existe y la esperan.
Pasan los años y ella aun se mantiene quieta e inmóvil, distante. Siente que sus pétalos no son de seda brillante, se agrietan con los años, diría, casi opacos pero eso no importa, aun tiene fuerza, aun vibra cuando la contemplan, cuando la hablan, cuando la tocan.
Ha perdido algunos pétalos pero aun así al entregarse hacia el maravilloso canto de lo inaudible que es el amanecer en todo su esplendor ella devela su secreto interior agradece lo que respira, lo que alcanza a ver desde su lugar. Agradece la existencia misma del ser, agradece la brisa que se presenta impetuosa, sigilosa y simple.
Cada mañana la rondan mariposas, orugas, hormigas que ignorantes de los sueños que ésta Amapola lleva en su interior pasan como por inercia por su lado siguiendo la naturaleza misma de la que están hechas.
Se quedan y ella se transporta hacia lo atemporal.
Agradece tierna y complaciente, pese a no contar con la frescura que la hacia sentirse esplendorosa y maravillosa ante los demás, el sentir esperanza.
Sabe que alguien vendrá, olvidará su pasado, quitará su reja, esa que yace inmóvil junto a ella sin avanzar si quiera un centímetro de su lado; vieja y oxidada, por el paso de la lluvia, por el paso de la niebla.
Cada día cerca respira un Ciprés, se mantiene frondoso y elegante, ausente en voz, capaz de dominar los espíritus de la naturaleza, la lluvia, las piedras. Tiene fuerza y con la misma ama, mantiene suavidad en sus hojas y crece resistente, durable, aromático mantiene su copa cónica. Le canta a las almas, tiene fe y con humor y ternura cree en los milagros. Se viste de verde; en realidad, irradia belleza y majestuosidad.
No es necesario que lo visiten lo más hermosos pájaros que lo envidian en su andar porque Él es maravilloso sin adornos, sin más que la nobleza de los destellos de luz que le envía el sol cada amanecer e incluso cuando se oculta en el ocaso cada atardecer.
El sintió decepción cuando a su Amapola la vistieron de reja para que no escapara de su sitio. Necesita su alma ensoñadora, paciente y limpia pero ese sentimiento quedaba atrás cuando desde la distancia que les habían impuesto esas voces en la oscuridad que creen tener el total y absoluto dominio, siente que ella no ha muerto, vive, y se manifiesta en conjunto con la brisa suave de la mañana que le envía su aroma.
Ha viajado junto a ella, la ha pensado a diario. Simplemente se ha entregado a las mareas del corazón.
A El nada lo cubre, no tiene rejas todo lo ve de manera diferente, mágica. Ve el cielo, ve sus formas, ve los distintos matices que existen y cada día aprende de ellos.
Ella lo admira lejana, quisiera preguntar tantas cosas de esas que él logra ver desde allá. Quiere aprender, desea posarse junto a El y desesperadamente alarga sus raíces para lograr tocar el punto exacto en donde se haya su filosofía.
Sabe que morirá antes de que esto suceda. Pero hay una fuerza superior que le indica que es necesario hacerlo para poder vivir y así estar junto a su Ciprés que imagina enamorado.
Cierto día logró posar sus ojos en los de Dios y sintió que su Ciprés le hablaba:
-“Mi Amapola, se que escuchas, desde mi ladera puedo ver aun el blanco de tus pétalos, eres hipnótica, indígena, emoliente. Ven, deja tus mieses, promulga ante los demás, eres mi huésped”.
Y ella quieta murmuró:
- Tranquiliza mi espíritu inquieto, disuélveme en el viento, toma mis hojas radicales, sentadas, opuestas y partidas en lacinias aguzadas. Porque tú, eres lo que conduce a lo profundo.
Luego; cerró sus pétalos y suspiro…

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Texto agregado el 14-10-2004, y leído por 102 visitantes. (0 votos)


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