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Ángeles

Solo me acuerdo que desperté y me encontraba en un gran galpón, como los de esquila, durmiendo con otra gente. Todos teníamos bolsas de dormir de color gris, o verde.
La puerta estaba cerrada pero como era corrediza tenía una abertura pequeña entre las ruedas que la hacían correr y el canto de abajo de la misma. Por ahí entraba una especie de neblina.
No entendí mucho que era lo que pasaba. De repente se abrieron las puertas y me pareció que alguien entraba, no se veía muy bien. Recuerdo que tuve la impresión de que semejante ruido no había despertado a los que estaban conmigo, yo giraba la cabeza para ver si alguien como yo se hubiere despertado, pero no, todos seguían durmiendo.
Unos hombres, que no pude distinguir a causa de la gran neblina reinante me llamaron: con voz firme pero suave a la vez. Me invitaron a levantarme cosa que me costó bastante, pero me incorporé.
Me llevaron hasta donde se encontraba un señor con el cual hablaron algo que no entendí, siempre en el medio de la tremenda neblina, y luego se dirigieron a mí y me tomaron del brazo muy amablemente. Me acercaron y me dejaron con el.
La verdad que no puedo describirlo bien, pero era corpulento, tenía barba, estaba vestido como si viviera en una casa en la montaña, venía en una camioneta moderna, en fin, las cosas se ponían cada vez más raras para mi.
Lo más curioso del caso es que yo no tenía por el momento intenciones de acordarme de mi pasado, o no sentí necesidad de mirar hacia atrás.
En el momento en que nos conocimos, el se acercó a mi, me miró con una franqueza que me dejo estupefacto, acercó su mano para que la estreche a lo cual yo le respondí inmediatamente y sin vacilación.
Serían como las nueve de la mañana, no se, porque yo no uso reloj (el tampoco) y en la camioneta no lo encontré. Lo que si puedo asegurar es que sentía la hora en mi cabeza.
¿Todo parecía tan raro?...
Nos subimos a esa confortable camioneta y emprendimos un viaje por una ruta nevada y siempre con esa molesta neblina. Yo no sentí necesidad de hablar con él, no porque no tuviera tema de conversación, sino porque parecía que ya hubiésemos hablado todo lo que existía para hablar entre nosotros.
Prendió la radio, o la radio se prendió, no se...

Oí que pasaban algunas noticias, pero me encontraba totalmente desconcentrado por prestar atención a ese entorno tan particular que nos rodeaba. Cada vez que mi atención disminuía sobre algo, otras cosas sucedían.
La radio dejó de pasar noticias para pasar jazz, y cuando me puse a pensar de qué se trataba todo esto, llegamos a un supermercado inmenso, donde paramos para hacer algunas compras. Me pareció cuando me bajé de la camioneta (que tampoco me dí cuenta en que momento pasó), que ya habíamos hablado de las compras. ¿Claro, cómo podía yo en ese momento tratar de entender algo? Estaba muy aturdido todavía.
Compramos muchas cosas, no sé en que momento, pero lo hicimos. Lo que más me llamó la atención fue los tremendos paquetes de alimentos para perros que llevamos. No percibí olor a perro en la camioneta, ni siquiera me pareció haber visto un solo pelo adentro de la misma (recuerdo la camioneta de mi madre en el campo, con su correspondiente olor a perro, y pelos por todos lados), pero bueno se ve que habría perros donde íbamos.
El resto del camino fue exactamente igual que antes de parar, no sé cuanto duró, ni me acuerdo que pasó. Lo cierto es que llegamos a una casa magnífica de piedra y madera, dentro de un inmenso parque en el cual se encontraban sueltos dos bobtails estupendos y de gran tamaño.
Nos bajamos del vehículo justo enfrente de la puerta de entrada, empezamos a bajar todos los paquetes. La misma se abrió y una chica de unos 11 años se acercó y exclamó:
- Hola papá. El hombre esbozó una sonrisa se acercó a ella para darle un beso y exclamó:
- Hola Carolina. ¿Cómo está todo en casa?
En ese momento tomé conciencia de que había escuchado una conversación, algo que creí que no sucedería de nuevo.
Cuando volví al entorno real, sentí que ella le decía al padre:
- Ah, veo que viniste con él, a lo que el padre asintió.
- Ven Carolina te voy a presentar a Juan.
¿Juan? Pero… si yo nunca hablé con él, me debo estar volviendo loco, pensé. No le di más importancia que esa, porque la situación así lo exigía y me adelanté a saludar a Carolina. En ese momento este señor me dijo:
- Juan: Carolina te va a ayudar en todo lo que necesites y no tengas miedo en preguntar sobre todo lo que se te ocurra, ¿si?
- Sí Mariano, contesté absolutamente sorprendido por mi respuesta (¿si Mariano? Creí no conocer su nombre)
- OK., contestó el y siguió bajando bolsas del supermercado.
Cuando entrábamos por el costado del estacionamiento para autos, justo enfrente a la puerta de la cocina, noté que al lado del comedor diario, había un cuarto no muy grande, sin puerta, que tenía un gran ventanal y un piso de baldosas blancas con una especie de lavabo empotrado en el piso, con un aplique de metal en forma de pescado, del cual salía agua permanentemente. No solo eso, de la pared salía una tobera con una bifurcación y debajo de ella dos platos de metal de cobre sostenidos por unos pies forjados de hierro. Tanto me llamó la atención que Carolina se dio cuenta y me indicó que ese era el cuarto de los perros, que el aplique era para que tuvieran agua permanente y los platos, por supuesto, para la comida de ellos. A decir verdad, raro y fascinante.
Cuando empezamos a descargar las bolsas sobre la mesa de ese comedor diario, me di cuenta que dividida solo por una arcada se encontraba la cocina. Al lado de la cocina se encontraba un cuarto como de costura y en el se encontraba la mujer de Mariano y las dos hermanas de Carolina.
La madre de Carolina era una mujer de unos 45 años, de piel mate oscura, pelo enrulado castaño y ojos de color celeste amarronados (me llamo mucho la atención). Estaba vestida con un típico vestido campestre, con una ruana sobre los hombros, unas medias cortas y unas zapatillas comunes. Estaba tejiendo algo.
Cuando entramos, alzó la vista y con una mirada muy profunda y una sonrisa muy dulce se levantó y me saludó, como si fuera algún pariente lejano, que estuvo perdido muchos años. Me dijo: mi nombre es Agustina, pero todos me dicen Uma, o mamá, salvo Mariano. -¿por que sería no?-, pensé. Luego se acercaron Ana, la del medio, y Mariana, la más grande a saludarme y darme la bienvenida.
Desde la cocina se podía sentir el olor de la carne en el horno, con papas y batatas, cosa que hizo que mi apetito se despertara.
Mientras esperábamos, Carolina me pidió que la acompañara a ver mi cuarto. Cada vez que yo intentaba voluntariamente pensar, ella me interrumpía y contaba algo de mi interés.
Fuimos subiendo la escalera de madera que se encontraba en el living de la casa, para dar a un pasillo amplio que distribuía los dormitorios, un escritorio y los baños.
En toda la casa observé que había bibliotecas con libros de diversos temas, todos perfectamente cuidados, eso me llamó la atención, incluso en el dormitorio en que yo descansaría.
! No había televisión en ningún lado! (cosa que me agradaba por una parte, pero por la otra me hacía sentir algún tipo de vacío).
Fuimos a "conocer" mis aposentos y todavía recuerdo la sensación que me produjo no haber dejado ni una mochila con cosas mías. Después nos dirigimos de vuelta al comedor diario y mientras bajábamos, yo observaba desde la escalera, la estufa a leña que estaba prendida. En eso Carolina se dirigió a mí diciendo:

- Vas a poder leer todo lo que necesites. Acá tenemos todos los libros que quieras, -me dijo con una sonrisa casi angelical-.
- Si claro, por supuesto, asentí sin entender mucho.
Una vez que nos sentamos a la mesa, Mariano repartió la comida y sirvió agua para todos. Comimos en silencio absoluto.
Ye intenté levantar la vista varias veces para ver si había algún tipo de intercambio, pero nada… todos estaban en lo suyo.
Lo curioso para mi fue que la comida parecía mucho mas digestible que de costumbre, teniendo en cuenta el tenor de la misma.
Una vez que todos terminamos todos (y digo todos), ayudamos con las tareas posteriores al almuerzo, como si estuviésemos acostumbrados a hacerlo desde siempre.
Unos minutos antes de terminar, Carolina se dirigió a mí y me dijo que una vez terminado el trabajo, la acompañara a la biblioteca.
Y así fue, fuimos a la biblioteca y una vez allí, me dijo que para dormir una buena siesta, nada mejor que empezar a leer un libro, y casi sin mirar donde se encontraba estiró su delicado brazo y me pasó un libro muy curioso de tapas celestes, que se llamaba Malajim.
Yo miré fijamente el libro y me produjo en ese instante una sensación de tremenda curiosidad y dependencia, realmente muy rara. Me acerqué a la biblioteca para ver si había algún otro libro que me interesara, y pude observar que los ejemplares que se hallaban en la estantería estaban todos encuadernados de la misma manera que el que tenía en mis manos y solo diferían en sus títulos: Mitzrael, Mumaiah, Sitael, Reyel, Umabel… - Que nombres tan rebuscados – pensé, me voy a llevar el que tengo. Carolina me miraba como sabiendo que pasaba, de todas maneras me esperó y me acompañó hasta mi cuarto.
Ya en mi cuarto, una vez que ocupé de obligaciones menores, me tiré en la cama a descansar y abrí el libro para leer un poco.
Ni bien empecé a leer, sentí que me sumergía en la lectura. El libro empezaba de la siguiente manera:
Angeles:
"La palabra ángel deriva de la palabra griega aggelos que significa mensajero, angelus en latín y malak en hebreo. Los ángeles en efecto son los encargados de llevar el mensaje de Dios a los hombres, guiándolos y ayudándolos en su evolución. Los ángeles se representan a través de la Biblia como cuerpo de los seres espirituales intermediarios entre Dios y los hombres.
Desde el origen del mundo Dios creó la doble naturaleza de las cosas, la espiritual y la corporal, la visible y la invisible, la angélica y la humana. La creencia en los ángeles es anterior a la religión católica, lo cual indica que traspasa todo culto o religión.
Las primeras descripciones de ángeles aparecen en el Antiguo Testamento donde se mencionan por lo menos ciento ocho veces, y ciento sesenta y cinco veces en el Nuevo Testamento. La mención más antigua que se conoce de los ángeles es en Ur, ciudad de Medio Oriente, unos 4.000 años AC. Más tarde fue introducida por el emperador romano Constantino, que, siendo pagano, se convirtió al cristianismo cuando antes de una batalla importante vio una cruz en el cielo.
La naturaleza angélica es espiritual a diferencia de la humana compuesta de cuerpo y alma, es decir libre de toda materia. «Ya que los ángeles son espíritus y no seres físicos, no tienen que tomar apariencia visible» (Col. 1:16).
Las sagradas escrituras llama expresamente «espíritus» a los ángeles (Dan 3:86,; Sap. 7,23 Mateo 8,16; Lucas 6,19). Los ángeles son de naturaleza inmortal y lo podemos ver en (Lucas 20,36) «Ellos -los resucitados- ya no pueden morir, pues son semejantes a los ángeles».
La Biblia pone muy claro también que los ángeles sólo pueden en un lugar a la vez, y si es necesario los ángeles pueden adquirir forma humana «¿de qué otra forma, algunos sin saberlo hospedaron ángeles?» (Hebreos 13:2). Aunque en sus manifestaciones su apariencia está cubierta por una luz deslumbrante y flameante gloria. (Mateo 28:2-4).
Cuando los ángeles adquieren forma visible, en general es de forma de hombre. Abraham (Génesis 18) «recibió la visita de tres ángeles, que parecía viajeros»".
Estaba como absorto leyendo lo que describía este libro, y creo que en ese momento mi vida (¿vida?) comenzó a tener algún sentido desde mi estancia en el galpón donde me hallaba durmiendo esa mañana. Mi conciencia se despertó como un monstruo apocalíptico, el pánico y la desesperación por entender que ocurría interrumpió mi descanso y me levanté de la cama como despedido por un impulso ancestral. Me dirigí hacia la puerta casi patinando en el suelo, la abrí y corrí por el inmenso pasillo hacia las escaleras (todo eso parecía que ocurría en cámara lenta). En ese momento me sentí desorbitado en el más amplio sentido de la palabra. Cuando empecé a bajar las escaleras, lentamente fueron apareciendo las caras y los cuerpos de toda la familia que se encontraba sentada en el gran sillón del living en frente a la estufa y a mi izquierda.
Todos me estaban esperando.

A medida que bajaba, estallaban en mi cabeza imágenes que se mezclaban con esa realidad: la patada del caballo sobre mi cabeza, unos ruidos sin sentido, el gusto salado de la sangre en mi boca, y las caras de desesperación y preocupación del personal de la estancia.

Carolina percibía claramente los acontecimientos y me miraba un tanto desolada.

Ya abajo, en el momento en que me dirigí hacia ellos en busca de las respuestas que mi conciencia exigía, se levantó Agustina y fijó su vista sobre la mía con infinita ternura, yo solo me paré en frente de ella (realmente me dolía un poco el estómago), y ella solo levantó las cejas, miró para arriba, volvió a mirarme, volteó la cabeza de lado y me dijo:

- Si, es verdad, nosotros somos tus ángeles y todos estamos en el cielo.








Texto agregado el 28-10-2004, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-12-2004 "Ni bien empecé a leer, sentí que me sumergía en la lectura." eso lo describe inu
 
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