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La Última Hechicera.
El cielo pálido de las primeras luces del amanecer empezaba a iluminar. La brisa, suave, fresca y agradable en aquella época del año soplaba con menos fuerza, como despidiéndose. Pronto cesaría, el cielo se teñiría de un azul más intenso y saldría el sol, un sol asfixiante, implacable, aquel verano era tan caluroso que no se recordaba uno igual en años.
De pronto el silencio sepulcral se rompió con un estruendo. Del espacio brotó un haz de luz blanca que en décimas de segundo cruzó los cielos y se posó en una saliente montañosa, a la orilla del mar. El rayo brilló como una luz cegadora durante unos momentos y después empezó a perder gradualmente su fuerza, hasta que se pudo distinguir en su interior una silueta, una gran silueta de una criatura flotando a unos metros del suelo, descendiendo lentamente. Cuando estaba a menos de un metro de la tierra, el rayo se extinguió y la figura posó sus garras en las rocas.
El recién llegado abrió los ojos, miró a su alrededor, constatando que había llegado al lugar correcto. Parecía como si pudiera pensar y deducir lo que haría en ese momento. Aquel majestuoso ser, es con el que las personas sueñan en sus pesadillas. Nadie lo hubiera creído posible; era un terrible lobo que apareció de la nada. Sus pelos eran negro azabache veteados con rojizos, tenían la apariencia dura como si fuesen de acero; su tamaño de cinco metros lo hacia colosal, lo que lo convertía en un peligroso enemigo. El lobo se irguió en su enorme espalda y asomo la cabeza. Se mantuvo inmóvil durante minutos, sus centellantes ojos rojos se posaron sobre la aldea. Sin previo aviso, el animal reanudo de nuevo su camino, sus patas hacían tales movimientos al saltar que uno podría jurar que volaba.
Repentinamente su rugido alarmó a todo su alrededor, era una alerta de ataque; era agudísimo y podía romper los tímpanos de cualquier ser vivo.
En la aldea, las personas se taparon con sus manos los oídos inmediatamente después de que el horrible ruido traspasara el silencio, dejando caer todo sólo para cesar aquel aullido que parecía emanar desde el mismo infierno. Todo comenzó a ser un caos. La gente recogía sus escasas pertenencias y corrían al bosque donde podrían encontrar seguridad y protección como sus antepasados les habían enseñado.
-Todos corran al refugio del bosque Vidar. Nos protegeremos ahí… -habló el patriarca de la aldea con voz fuerte y potente a los hombres y mujeres que habían perdido la calma-. ¡Tyr necesito que te enfrentes a Hel, la reina del mundo de los muertos. Ella viene tras nosotros y debemos enfrentarla de una vez o el final será inevitable.
-De acuerdo –afirmó un hombre apareciendo frente a él. Su condición física, a pesar de su veterana edad era la de un gran guerrero: extraordinariamente musculoso y alto, aunque manco. Su cabello aún rubio, había adquirido unas hebras grises y blancas a través de los años.
-Llama a Idun si necesitas más ayuda –señaló el patriarca cargando entre sus brazos a un pequeño niño que estaba desorientado-.Recuerda que Gea y Fenris serían de buena ayuda también –le indicó antes de desaparecer en el bosque.
El hombre llamado Tyr lo miró perderse en la espesura, mientras que de su colosal capa azul cerúleo sacaba una espada la cual clavó al suelo. Después posó sus dedos índice y pulgar en ambas comisuras labiales las cuales sintieron el cálido aliento del hombre y emitieron un sonido, un largo y prolongado silbido.
-Estoy aquí –una voz de mujer provino detrás de él. Su vestido largo y de un color escarlata cubría totalmente su esbelto cuerpo, no poseía mangas y un fino collar de diminutas perlas decoraba su perfecto cuello. Además su perfil era de una mujer preciosa, tan bella y tan delicada como una rosa roja en plena primavera. Su largo y ondulante cabello era negro; y sus ojos eran azules obscuros, cuyo brillo resplandecía alegrando cada paisaje y cada vida en el planeta-. ¿Para que me convocaste?
-Hel viene en camino –respondió Tyr con voz serena-, ha descubierto que fuimos nosotros quienes asesinamos a Gann, su perro guardián de la entrada al mundo de los muertos –dió un suspiro largo y difícil-. ¿Este será el final, Idun?
-No lo sé –susurro la mujer caminando hasta él. Colocó su mano en la ancha espalda del hombre reconfortándolo-. Pero es mejor actuar como si no lo fuera. Como si mañana nos levantemos de nuevo, con ese hermoso sol que nos saluda día a día, para ver que el mundo tiene algo más que ofrecer.
-No le comentes a Gea mis presentimientos –pidió Tyr tomando el mango de su espada-. No quiero que un alma tan joven se preocupe de algo inevitable.
La mujer asintió dolorosamente mientras miraba al horizonte. El mar se agitaba salvajemente con el sonido de las dulces melodías del canto de sirenas lejanas. La blanca arena dejaba pasear a las gigantescas olas invitándolas a jugar con ella, mientras que los cangrejos recorrían la playa, con el sol calentando su caparazón en busca de un refugio para descansar, sin tener que preocuparse del próximo riesgo que se acercaba.
-Debemos protegerla –dijo Idun sacando dos largas cuchillas, una en cada mano-. Es apenas una niña.
-Lo sé –concordó Tyr-. Debemos alejarla lo más lejos posible de aquí, a pesar que es una poderosa bruja… una de las mejores que he conocido y debe de vivir, ya que sin ella los conocimientos de las hechiceras desaparecerán por siempre –Todo se volvió silencio después de la última palabra de aquel hombre, tan solo las ráfagas de vientos les hacían compañía a aquellos dos personajes.
Del gran arco que daba la bienvenida a todo extranjero, el poderoso lobo atravesó corriendo en sus cuatro patas, pero está vez no iba solo, una sombra humana se veía encima de su lomo.
-Hel viene en camino –habló una joven mientras bajaba del lobo quien la siguió al dirigirse a los únicos humanos que no habían dejado la aldea-. Le pedí a Fenris que los alertara –señalo al formidable animal con la mirada, después siguió hablando-. Mientras yo regresaba y recogía algunas armas en la guarida de la montaña.
-Perfecto, las armas nos servirán a mí y a Idun –exclamó Tyr tratando de ocultar sus nervios.
-¿Qué pasará conmigo? –le pregunto inquieta la joven-. ¿Acaso no peleare con ustedes?
-Lo siento pero eso no será posible, Gea –negó rotundamente Tyr mirándola con ojos desafiantes a cualquier réplica.
-Pero siempre hemos estado juntos en todas las batallas. Hombro con hombro, espalda contra espalda –protestó la joven Gea-. No puedes hacerme esto.
-Eres tan sólo una niña y esta batalla es demasiado peligrosa –dijo Idun-. Tyr tiene razón, no debes pelear esta guerra.
-Fui con ustedes al mundo de los muertos y asesinamos juntos a Gann –objetó Gea con voz furiosa-. Es mi batalla y es mi elección. Deje de ser una niña hace tiempo, ahora soy una mujer que puede decidir por sí sola.
-Pero aún te falta madurar –repuso Tyr blandiendo su espada en dirección del bosque-. Es hora de que te marches y te encuentres con el patriarca, él cuidara de ti.
-Estoy de acuerdo con Tyr e Idun –susurró una voz masculina que apareció detrás de los arcos por donde Gea había arribado. Era un hombre que tenía alrededor de 25 años. Sus ojos eran de color aceituna, su cabello era castaño rubio y era bastante apuesto, además de ser alto. Vestía con una camisa de algodón de color blanca, encima tenía una armadura que le protegía su pecho, espalda y hombros, sus pantalones de vestir eran negros. Su capa, también negra era bastante ancha y larga, simplemente hermosa con todas esas caídas que poseía la tela.
-¿Qué haces aquí Vale? –pregunto Gea dirigiéndose al recién llegado.
-Hel es también asunto mío y del reino donde vivimos –respondió. Su faz siempre era serena, con gran seriedad y con una extraña frialdad-. El rey me envió a pelear, ya que soy el general de su ejército y su mano derecha.
-Estarás aquí solo por esta vez –aceptó Tyr observando al hombre de reojo-. Pero solo si nos dices la verdadera razón de tu presencia.
El llamado Vale lo miró, para después desviar la mirada y cruzarse de brazos.
-Falta poco para que Hel este aquí. Es mejor prepararnos –fue lo único que respondió.
-Gea, ya es hora que te marches y te reúnas con el patriarca en el bosque Vidar –le dijo Tyr ajustando su espada para la próxima batalla-. Y lleva a Fenris contigo.
-No, me quedaré a pesar de lo que digas –se negó Gea desenvainando su preciada espada-. También es mi contienda y lucharé.
-¿Me reñirías? –desafió Tyr.
-Si es necesario, lo haré –aceptó Gea.
-Es suficiente. Todos pelearemos –dijo en tono molesto Idun deteniendo la disputa.
Vale se colocó frente a Gea, al igual que Tyr. El primer hombre desenvainó su fabulosa espada; su empuñadura era de acero, la hoja de la espada era larga, afilada y poseía un mortal filo. Se preparó en posición de ataque, ya que era el mejor espadachín dentro del reino. Gea se concentró, cerrando los ojos. En su cuerpo sintió esa flama que aparecía en su alma y corazón cada vez que se preparaba para iniciar una contienda, entonces fue cuando pudo sentir como en sus venas corrían ríos de magia y en ese instante la presencia mágica de Hel llenó el mar y el campo tan pacifico con una peste de odio. Ésta se acercaba a gran velocidad y sus intenciones no eran buenas.
-Hel está aquí –informó Gea mirando hacia las alturas.
En segundos el cielo se matizo de gris, mientras que las oscuras nubes ocultaron el sol y con ello demasiadas esperanzas. El viento se volvió feroz y agitado, mientras el clima bajaba rápidamente su temperatura y el ambiente se volvía más tenso y preocupante. No había sonido alguno de animales; desde los grillos y gaviotas hasta el más valiente tigre habían desaparecido de la próxima batalla que tendría lugar ahí. Todo era inquietante, pero no había señales de que hubiera alguien cerca.
De pronto un rayo de fuego fue lanzado directamente a Gea quien logró escapar ilesa gracias a que su magia le había ayudado a detectar la fuerza de Hel, lanzando su cuerpo hacia el suelo. El rayo cayó directamente a una casa cercana incendiándola de inmediato. Las flamas se extendieron rápidamente y pronto provoco grandes olas de fuego de casa en casa. La aldea ahora ardía en llamas.
-Mataron a mi mejor amigo –la voz de Hel resonaba en cada rincón de la aldea, haciendo eco en la cabeza de los cuatro guerreros. Su tono femenino reflejaba el odio y la venganza que tanto deseaba-. Es hora de que paguen su atrevimiento y pueda calmar el dolor que siento.
La figura femenina de Hel salió de la nada dirigiéndose a Idun sólo para hundir la parte afilada de su hoz en la espalda de la mujer. Nada podía compararse con la cara de satisfacción de Hel al hacer eso. La sangre de Idun corría por las manos de la diosa, mientras que para la herida provocaba un gran dolor. La bella mujer dejo caer sus cuchillas y trato de escapar, pero todo era inútil. Había perdido demasiada sangre y su respiración fallaba continuamente, sus ojos estaban desorbitados y su voz se ahogó en un terrible estertor que profirió cuando Hel sacó violentamente su arma de su cuerpo. La diosa vestía un hermoso vestido negro, con hilos rojizos. Su cabello era tan rojo como el fuego de la intranquilidad y el peligro. Con una sonrisa malévola y con ojos llenos de éxito se dirigió al resto de los que quedaban, dejando caer el cuerpo muerto de Idun al suelo, de sus bellos ojos azules había escapado la luz y por supuesto su vida.
-Va uno, faltan tres –rió la diosa.
-Aléjate de aquí, Gea –le gritó Vale empujándola lejos-. ¡Corre y no mires atrás!
-¡No! –negó Gea arrojándose a sus brazos-. ¡No me iré sin ti!
-El siguiente seré yo –gritó Tyr haciendo que la joven pareja se separará y lo mirará-. Estoy listo Hel. Yo fui quien mató a Glann no ellos.
-Si me quitas mi arma tu ganas y los dejare vivir, pero si yo destruyo tu arma los mataré a todos incluyendo a tu gente de la aldea –le dijo Hel apuntando su hoz contra el experimentado hombre de batalla-. ¡Estoy lista!
Sin una señal más, Tyr se arrojó a la diosa con ese coraje que nunca desapareció desde sus primeros años como guerrero. Gea quiso ayudarlo, pero Vale lo impidió tomándola con fuerza para que no interfiriera en la batalla. La lucha era atroz: un mortal contra una diosa. Tyr peleaba con todas las fuerzas que su cuerpo le daba, incluso Hel se sorprendió al ver lo ágil que era todavía aquel guerrero. La hoz de la diosa golpeaba la espada de Tyr con furia y sed de venganza, pero el hombre lo hacía con valor y justicia real.
Hel había maltratado durante mucho tiempo a hombres, mujeres y niños; masacrando a pueblos enteros solo por diversión, con ejércitos de orcos y con su perro Glann. Pero todo aquello debía parar, y Tyr lo pedía con ansías. Desde pequeño había estado en contra de ella, pero ahora que podía tener una oportunidad de derrotarla para siempre, no la descartaría y la tomaría para poder obtener no una venganza sino la libertad misma. Libertad de no ser sometidos por los dioses o cualquiera otro que intentará reprimirlos. Libertad de poder crecer sin el uso de armas que desde pequeños les hayan enseñado a utilizar. Libertad de vivir y de decidir su propio destino.
-Es hora de tu fin, Tyr –indicó con malicia Hel lanzándole un rayo de fuego. Pero Tyr lo esquivo hábilmente y se arrojó a Hel, dándole un golpe en el pecho con la empuñadura de la espada haciendo que la diosa tirara su hoz. El hombre cayó de pie con la punta de la espada apuntando directamente a la yugular de Hel.
-He ganado –dijo Tyr con una respiración dificultosa.
-Yo no lo creo –rió Hel tocando la punta afilada de la espada de Tyr.
Justo cuando sus yemas tocaron la espada, está comenzó primero a emitir pequeñas descargas, y sin previo aviso lanzó una terrible y gran descarga a Tyr. Su cuerpo aguantó por demasiado tiempo aquella poderosa descarga. Nunca emitió un grito, nunca le dio el privilegio a la diosa de hablar de él como un mortal débil y fracasado. Murió como el gran héroe que era, conocido por todos como poderoso y temible. Quien defendía a la gente buena. Él era el héroe que cada niño quería ser y de aquellos que aspiraban seguir sus pasos para convertirse en otro guerrero, quien antes defendió una vez la corona y al portador de ella, quien libró al reino de muchas amenazas. Su pesada espada cayó aún emitiendo pequeñas descargas. Junto a ella yacía el cadáver de Tyr.
Todo se volvió sombra para Gea. Nadie se movió y el silencio reinó. La ropa y cabello de la joven volaban con el fuerte aire. Oía perfectamente el batir de la hoz de la diosa Hel que se acercaba velozmente hacia ella. Trató de observar entre las lágrimas que empezaban a formarse en sus ojos y que cubrían su visión, pero Gea con terror observó como su fiel guardián y amigo, Fenris se colocaba como escudo entre la mortal hoz y su amada dueña. El poderoso animal fue partido en dos sin esfuerzo alguno por la diosa. La sangre de sus tres amigos ahora estaban en la ropa de Hel, recordando a todo aquel las consecuencias de hacer enfadar a una diosa.
-Solo faltan dos –volvió a burlarse la diosa-. Y que gran coincidencia, sólo restan los dos enamorados.
-Aléjate de ella –amenazó Vale dispuesto a pelear.
-No, Vale–rogó Gea tomándolo del brazo-. ¡No me dejes sola! ¡Por favor!
-No te preocupes –le dijo Vale sonriéndole-. Pronto estaremos juntos.
El hombre volteó hacia Hel y comenzó la lucha final. Gea no quería ver, no quería descubrir lo que mas temía. Cerró los ojos escuchando claramente como la espada de su amado pegaba con la hoz de la diosa con rabia. Pero un espantoso sonido logro que por reflejos la joven se llevara las manos a la cara. Al pasar los minutos no se oía nada. Separo lentamente las manos de sus ojos ahogando un leve gemido de angustia.
Podía solamente observar la cara de Vale, su cuerpo protegía al de Gea. Sentía la respiración calmada del hombre, mientras la salvaguardaba, formando un escudo entre ella y Hel. La cara de Vale estaba completamente llena de sangre, humedeciendo toda su ropa y manchando también la de Gea. Sus ojos de Gea se posaron en él, y fueron recorriéndolos hasta llegar al suelo, donde una mancha negra y escarlata estaba empezando a formarse.
-Vale –murmuro Gea al descubrir que Hel la veía triunfante desde atrás, pues había ganado. Sintió que sus piernas ya no respondían y lentamente se dejo caer junto con Vale hasta el suelo. Colocó sus brazos alrededor del cuerpo sangriento de él.
-Gea… -dijo en un susurro el hombre.
-No digas nada –le dijo la joven sonriéndole tristemente, mientras que una lágrima corría por sus ruborizadas mejillas.
Sus miradas se conectaron, mientras Vale comenzaba a jadear y toser. Su respiración se volvió quebrada y pesada. Gea sólo observó y aguardó. Oía la risa victoriosa de la diosa. Vale cayó entre sus brazos, cansado del sufrimiento
La gente de la aldea comenzaba a retornar, todos mirando a Hel temiendo la ira de la diosa. Gea sentía como toda la aldea se despertaba a su alrededor, alertados y asustados porque pensaban que Vale, su fuerte espadachín podría morir, al igual que su joven doncella, Idun; su valiente héroe, Tyr y un lobo, Fenis; que antes les advertían y cuidaban de los peligros. En cambio Gea ya no tenía miedo. Mientras rápidamente la joven le daba un último beso al hombre, sus ojos de color aceituna y fríos se encontraron con los de ella, marrones y cálidos, por última vez. Vale sufrió un gran dolor, estaba aterrorizado, no quería morir y dejar a Gea sola. Esta se levantó dejándolo con el patriarca que se había aproximado a ella.
Todo pareció congelarse, el tiempo corriera más lentamente. Gea tomó la espada de Vale y caminó hacia la diosa, segundos después comenzó a oír las voces excitadas y preocupadas de la gente de la aldea, les oyó gritar mientras trataban en vano de hacer que el corazón de Vale volviera a latir. Los sonidos se perdieron a medida que Gea dejaba sus sentimientos atrás.
-Sabes que todos estamos contigo –le dijo el Patriarca al ver a la osada joven.
-¿Qué piensas hacer Gea? –preguntó burlonamente Hel-. ¿Llegar más rápido al infierno para encontrarte con todos tus amigos? ¿Ó me rogaras por tu vida?
-El era mi amor, quiero dar mi vida por la de él, pero sé que no es posible. Aun así, me dijo que no podía vivir sin mí. Pertenecemos el uno al otro –exclamo Gea dándole a la diosa un golpe tan duro que tiró la poderosa hoz. Hel la observó, por primera vez la joven podía decir que noto un brillo de temor y angustia de parte de su rival-. Intenté hablar contigo, pero no me escuchabas. Nunca lo hiciste. Pero no siento rencor, no hacia ti. Es una batalla infructuosa. No hará ningún bien, ni siquiera a mí. Sabes una parte de mí está muriendo, por que mi poderoso guerrero se está desvaneciendo y tu fuiste la responsable.
Una ráfaga de viento agito el cabello castaño rojizo de Gea que le llegaba hasta los hombros con los mechones batiendo libremente alrededor de sus orejas. Proporcionó otro golpe con la espada e hirió el brazo de Hel. Gea temblaba, tenía frío, pues el ambiente se había tornado húmedo, pero no le importó. Clavo con cólera la espada en la tierra, esta comenzó a dividirse en dos. Todo empezó a temblar y las casas cercanas comenzaban a derrumbarse, la gente de la aldea se alejaba corriendo del lugar, pero solo una grieta de una longitud de tres metros apareció en la tierra. Dentro había lava incandescente de un volcán próximo. Mientras más se acercaba Gea al borde de la grieta, la capa verde se agitó, mientras plumas blancas atravesaron el cielo y alrededor de Gea, simbolizando la unión y la fuerza de sus compañeros muertos. La joven levantó la cabeza y sonrío. El miedo se había desvanecido.
Gea tomó a Hel entre sus brazos, y aunque ésta se resistía, la joven utilizo el resto de su magia para atar a la diosa. Lo único que podía condenar a una diosa a una vida de sufrimiento eterno era la lava, de la cuál los inmortales estaban condenados a no escapar de ella. Pero solo había un camino para este fin, sacrificando una vida mortal que moriría al instante.
-No temo al dolor –se dijo a sí misma Gea-. En esta vida, estoy sola. Pero no por mucho tiempo. Amor mío, espera sólo un poco más. Pronto seremos uno de nuevo, ya que no volveré a ver el amanecer otra vez y tampoco lo hará el mal de Hel.

Texto agregado el 03-11-2004, y leído por 219 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-08-2005 por que esos nombres propios? riederer
 
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