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Desnudo, yace frente a él su patético descubrimiento. Tras largas y concienzudas cavilaciones ha llegado al fondo del problema. Luego de intentar gambetear lo inevitable, ha tenido que admitir que la única conclusión posible es la indeseada. Señoras y señores, amigos y vecinos: él, Reinaldo Robles, se ve en la noble obligación de anunciarles que definitivamente, sin ningún atisbo de duda, se ha vuelto a todas luces evidente que, cuando nos referimos a su persona, estamos hablando de un soberano imbécil. Efectivamente, ¿para qué ocultar lo inocultable?
Si, inclusive, podríamos empezar por el nombre. No me van a decir que Reinaldo Robles no es el nombre perfecto para un perfecto idiota. ¡Reinaldo Robles! ¡Ay Dios!
Como si esto fuera poco, ha tenido el descaro -en un paupérrimo intento de demostar cierta seguridad en sí mismo- de hacerse grabar sus iniciales en el capuchón de una lapicera de oro que le regalara su madre (¡que Dios la tenga en su Gloria!). R.R. se deja leer pomposamente. Lamentable. Con un giro sutil se ha situado frente al espejo. De esta manera nos ha convidado una pueril visión de su caricaturesca anatomía. En ocasiones la Naturaleza nos empalaga con el néctar de sus bondades.
No es el caso.
Se observa en Reinaldo Robles una gran economía de virtudes estéticas. Su enorme prominencia nasal hace las veces del garfio que, engarzado en el aire, sostiene la pequeñez que él da en llamar (no sin acusar una alta dósis de afiebrada imaginación) su cuerpo. En la pilosidades que abundan en su rostro tanto como escasean en su cráneo se percibe cuán arbitraria puede ser la ordinariez al elegir su morada. Pues bien, podríamos seguir regocijándonos en los perversos detalles que nos depara Reinaldo Robles exponiendo sus carnes al imperio del aire pero afortunadamente se ha vestido, demostrando cierta piedad hacia nosotros.
Cierta piedad.
La agresión se disfraza ahora de indumentaria. Y, en este caso particular, no sería redundante afirmar que su indumentaria constituye un verdadero disfraz. Suele decirse que hay límites para el mal gusto. Reinaldo Robles es la demostración ambulante de tal falacia. La deforme combinación de tamaños y colores que intenta llevar con fútil sobriedad es una marca genérica de su consuetudinaria imbecilidad.
¡Esperen!
En este momento consulta una agenda donde ha anotado un sinnúmero de actividades inútiles a las que se dedicará con esmero apenas trasponga la puerta. Y es esa pequeña libreta, un gigantesco y revelador reflejo de la inevitable estupidez de nuestro querido Reinaldo Robles. Como lo es también el hecho -y por favor tomen nota de esto- de que lo que a él le ha costado largas horas, y hasta días, de cuidadosa meditación (esto es, el descubrimiento de su irrefrenable estupidez) nos ha llevado a nosotros... ¡apénas un somero vistazo!
"Creo que pasaré por el supermercado..." piensa, mientras se pone el sobretodo. Reinaldo Robles abre la puerta. Y sale en busca de un nuevo día...

Texto agregado el 16-10-2002, y leído por 379 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-10-2002 me gustó, ideal para cuando estas enojado con alguien, basta con cambiar el nombre... Giovanni
20-10-2002 echaba de menos, en esta página, la comedia, la caricatura, algo de buen humor entre tanto relato pasional y sentimental. Espero que se despierte este género. Enhorabuena. raskolnikov
16-10-2002 Muy bueno Drake. Creo que uno se encuentra a diario con algún Reinaldo Robles (desgraciadamente) azrael
 
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