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Réquiem

"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir."
(Eclesiastés 3, 1-2)

El reloj tocó las diez de la noche cuando me encontraba aún sentado en medio del salón de estudio. Mis manos tiritaban y el resto de mi cuerpo se encontraba inmóvil por los pensamientos que tanto tiempo ocupaban mi mente.
Llevaba horas allí, quizás días, meses, quién sabe. La angustia me consumía por completo, y ya no había tiempo de pensar ni sentir nada que no fuese ausencia y soledad.
El cuarto se encontraba cubierto de libros que llenaban estanterías podridas de años y espera. La noche que se escabullía por debajo de la puerta y el ruido de la lluvia golpeando las ventanas terminaban por colmar mi tristeza.
Cuantas veces me basto solo asomarme para encontrarla, detener la respiración un instante para oírla, o estirar mi brazo para sentir que aún se encontraba junto a mi. La veía venir por la calle, tambaleándose al ritmo de su canción de belleza. Sentada en el banco de la plaza de la esquina donde yo la esperaba todas las noches para dar paso a las horas mas largas de mi vida.
Pero aquella noche no la encontré. Quizás estaría pintando algún cuadro en el fondo de su patio o leyendo algún libro de Márquez en mi vieja biblioteca, pero no estaba allí.
La esperé y la esperé. Veía su silueta acercarse poco a poco, lentamente, dispuesta a callar con un beso suyo toda mi ansiedad, pero cuando la abrazaba, su imagen se desvanecía y mi desesperación aumentaba.
Ella bien sabía que yo la buscaba, que toda mi existencia se reducía a esos encuentros secretos, pero nada de eso sirvió para que apareciera aquella noche. ¡Diosa, si todo era tan perfecto!
Todo estaba listo. Marcos cerró la puerta del frente y salió de su casa dejando atrás algo más que la rutina. El Sol golpeaba su cara con fuerza y sus pasos determinaban mi camino. Le seguía una cuadra mas atrás esperando el momento justo para terminar lo que meses antes había planeado.
Cuando llegó al semáforo del cruce, el periódico que leía, y el apuro de Marcos por llegar a tiempo a su cita lo cegó de ver la camioneta distraída que casi le arranca el brazo “Cuidado Marcos, los accidentes suelen ocurrir”. Al ver que el conductor no se detuvo, siguió con lo que sería talvez el comienzo de su final.
Cruzó la plaza, y a lo lejos vio que lo esperaban. Los quince minutos de retrazo se excusaban con alguna mentira estúpida.
Nunca supe porque lo seguía. Uno no sabe de cosas que no se debe hacer. Quizás era porque tenía una esposa, que lo esperaba en casa con comida recién preparada para el marido que venía cansado de la oficina, o talvez porque tenía un reloj deslumbrante o ropa Polo Sport de temporada, no lo sé. Las ganas de matar a alguien solo nacen y no hay manera de controlarlas.
Cuando llegamos al Café, me senté a un par de mesas de donde se encontraban Marcos con la mujer. A ella nunca antes la había visto. Su cabello castaño liso y su nariz de contornos perfecto se fundían en una extraña belleza.
Marcos le enseñaba a la mujer unos documentos del modelo económico de su empresa y las ventajas de invertir en ella. Para mi la conversación sonaba estúpida y la espera ya se hacía aburrida.
Fueron dos horas las que transcurrieron antes que pidieran la cuenta. Luego de un beso cariñoso y un buenas noches, Marcos se levantó y comenzó a caminar a casa.
El tiempo se paralizó para mí en ese instante. Tantas noches de insomnio, tantas caminatas de angustia, todo, todo parecía al fin valer la pena.
Ya no lo seguía a una cuadra de distancia, iba junto a él, tan cerca que podía sentir su fatídico final. La media hora de distancia entre el café y su casa me parecían solo unos cuantos segundos.
Mi corazón latía exaltado y el momento de su muerte se acercaba.
Como lo había planificado, Marcos entró a su casa a las ocho en punto. Cerró tras de él, el portón y la puerta. Solo me basto un ligero brinco para librarme de este maldito deseo.
Una vez adentro me dirigí al dormitorio de Marcos. Esperaba encontrarlo recostado aguardando mi llegada.
Lo busqué por todo el segundo piso sin encontrar siquiera recuerdos. Bajé las escaleras, peldaño a peldaño, disfrutando lo que tanto había anhelado.
El olor a muerte que emanaba su cuerpo, me llevo, expectante, hasta un cuarto junto al baño en el que habían solo trozos de muebles y ropa vieja.
En medio de todo se encontraba él. De espaldas a mí. Entregado a lo que quizás ya sabía era su inexorable destino.
Suavemente me acerque y con un dulce movimiento cogí el cuchillo que, como había previsto meses antes, se encontraba junto a mis pies.
Mis brazos rodearon sus hombros y el cuchillo recorrió todo su cuerpo hundiéndose torpemente en su abdomen.
Tres son las puñaladas que se necesitan para frustrar una vida. Dejé caer el cuchillo y en el brillo de éste observé largo rato el reflejo de mi alma aliviada. Tal como lo había planificado cerré mis ojos y sentí que por fin todo había acabado.
Cuando los abrí me encontraba tendido en medio del salón de estudio. El piso se hallaba pintado de sangre y mi lánguido cuerpo reposaba inerte. Mi mano aún empuñaba el chuchillo, que terminaba por completar mi tortuosa agonía, clavado en mi abdomen perforado.
¡Ohh Diosa mía¡ Tanto que te busqué. ¿Acaso te olvidaste de mí? Fueron días los que te esperé en el banco de la plaza sin verte venir. Noche completas me preguntaba porqué me abandonabas, y aquí ahora, junto a mi cuerpo agonizante te apareces para morir conmigo. El reloj toco las diez de la noche y la lluvia continuaba golpeando las ventanas en aquella noche de muerte y reconcilio.

Texto agregado el 17-11-2004, y leído por 124 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-11-2004 Me facino, la forma de narrar el texto es simplemente formidable al igual que su fatidico final... mis ***** pOeKiKo
17-11-2004 O era predecible el final o soy perspicaz. Ojalá que sea lo segundo. Tu manera de relatar esto es sutil y elegante. Bien por eso. Gracias por darnos una lección de redacción y lógica narrativa. Lastimosamente, no veo mucho mérito más allá de lo anterior. Por un momento creí que el personaje, poseído por la angustia, decidió asesinar aleatoriamente a otra persona. Así me hubiera resultado buenísimo el cuento, pero ése soy yo. Desleal
17-11-2004 amigo mio, no sabes cuanto me has hecho evocar. 5* y eso pq no hay 10. guasarapo
 
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