TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / srahmer / Cato

[C:6883]

CATO


Cato, extraño nombre para un tipo joven, seguramente los viejos se acordaron de algún naftalitico pariente y decidieron endosárselo Lo que sus padres nunca se imaginaron es que con diecisiete años iba a dejar botados estudios, familia y lazos sentimentales para partir, como un ciego detrás de su monaguillo, a la siga de un aventurero que le prometio que conociendo el mundo iba a saber lo agradable que es la vida.

Ahora estoy aquí en este cuarto que es una caricatura de una habitación confortable, sin ni siquiera un brasero para aquietar esas agujas del frío que clavan mi cuerpo, con un mueble desvencijado que es a la vez mesa y velador, donde están tiradas algunas resquebrajadas imagines de un pasado. Si, un pasado que logro aquietar mi contagiado afán de conquistar lo que alguna vez puede haberse llamado el mundo. Afuera llueve, nunca había visto llover así. Las rendijas de mi cuarto sirven de pasillo para dejar entrar un enemigo siniestro y silencioso que vuelca las imagines como negándome la posibilidad de recordar.
Recojo una, me veo, atractivo, al lado de una joven mujer, ¿quién habrá sido? Posando en un lugar remoto y selvático de un país tropical. Que recuerdos fragmentados llegan a mi mente que solo me permiten intentar armar a medias un rompecabezas. ¿Porque caen lagrimas por mis mejillas? : ¿Que paso?. Bebo este liquido desteñido que me sirve para ordenar los recuerdos que llegan agolpados después de dos botellas. Sí, fui feliz. Ella estaba perdidamente enamorada de mí, hasta que la picada de algún extraño insecto fue pudriendo su cuerpo hasta hacer imposible su compañía. Que triste es alejarse de la mujer amada sabiendo que no muere, sabiendo que los sentimientos siguen intactos. Huí, cobarde, si fui un cobarde, pero las disculpas de mis dieciocho años lograron aquietar mi conciencia, haciéndome olvidar un rostro y un cuerpo que no estaban a la altura de un intelecto que satisfacía mis ansias de conocer, arranque, quien sabe donde, solo al recoger otra imagen me doy cuenta que el mundo se hizo pequeño para mi.
Un barco, una isla, el torso desnudo, solo fibra reluciendo gracias a la transpiración que brotaba como un inevitable manantial que nunca se agotaba, solo la noche con su manto de frescor venia a calmar esa fiebre que inundaba mi cuerpo.
Delito, se puede llamar delito el satisfacer un deseo incontrolable de conocer el mundo. Una luz muy fuerte asoma por la ventana, desaparece, espero, el ruido atronador que golpea con violencia mis sentidos me hace volver a la realidad. Estoy solo, busco en mis ropas un cigarrillo mendigado a un extraño. ¿Cómo llegue a esto? Acaso el destino nos hace participar en un juego que aunque no nos guste debemos aceptar.
Sé a calmado el viento, logro que vuelvan a mi mente las imagines de esa isla. Como convencer a ese estúpido hombre que soy capaz de realizar trabajos solo destinados a los negros aborígenes, antaño dueños de esos maravillosos parajes y hoy reducidos solo a una disfrazada esclavitud. Los meses pasan rápidos, como las gaviotas en busca de su alimento, pero no logran borrar de mi mente esos negros ojos. Esas manos suplicantes que trataban con desesperación evitar un alejamiento sin retorno. Para que, era necesario asistir a una agonía lenta y dolorosa, fui cobarde lo sé pero mi espíritu joven le dio poca importancia al sentimiento que se crea entre dos personas.
Despierto en una sala blanca, con un olor que desconozco, dos personas me miran y comentan sobre mí. Debilidad extrema acompañada de una deshidratación que termino con mi fortaleza física. Quien sabe, el estúpido hombre tenia razón, pero era yo el que tenia que probar hasta donde era capaz. Solo que me costaría caro, semanas de convalecencia que solo se vieron agradadas por el intenso color rubio de unos cabellos pertenecientes a una extranjera que al igual que yo llego a este extraño lugar tratando de olvidar el dolor de una separación que si bien le resultaba aceptable, le dejaba con el triste dolor de no poder acariciar dos pequeñas cabezas, que siempre le sonreían, como diciendo, fíjanos en tu mente porque luego no nos tendrás, acarícianos, porque tus manos no volverán a sentir nuestra piel, abrázanos porque tu regazo no volverá a sentir el acelerado latido de nuestros corazones. Que extraño designio une las almas que sufren, como poder escapar al asedio del dolor. Solo dejándose arrastrar por el incontenible deseo de escapar.

Golpean la puerta, otra vez la desagradable viejecilla, dueña de este inmundo lugar llega arrastrando esa insoportable cojera que la a acompañado durante toda su vida. La renta, como hacerle entender que debiera ser ella la que debiera pagarme por el favor de habitar esta inmundicia y a la vez hacerle compañía, evitando el acecho de algún desconocido, que bien pudiera hacerle pasar un mal rato. Me quedo quieto pasan largos minutos, solo el ladrido de su asqueroso animal logra distraer su atención para hacer que se aleje. Esas pisadas tan disparejas logran hacer que mis recuerdos fluyan lentamente, se asemejan al interminable sonido de un famélico motor, corazón asmático de una desvencijada nave que me llevaría a una civilización nueva, mas adelantada pero no por eso más humana.

Helga la de los rubios cabellos, amiga del capitán logro convencerlo para aceptarme en este viaje. Como trabajé, con creces pague mi pasaje. Moviendo carga, pelando sacos de patatas, pintando una y otra vez esa carcomida estructura que bien podría haberse hundido sin que nadie preguntase por alguno de la tripulación, una suerte de torre de babel de nacionalidades. Todos huyendo de un pasado plagado de delitos, tratando de lavar con la brisa marina pecados cometidos en otros lugares, otros tiempos, otras circunstancias.
Veinte años, como arrastrar tanto dolor a esa edad. El punzante dolor de mis dedos quemados por la colilla del cigarro me hace volver a la realidad, es tarde, el insoportable traqueteo que primero siento lejano, se va convirtiendo en un despiadado y ensordecedor ruido que me indica la hora, las once con cincuenta, este maldito tren nunca falla, su enorme mole me indica que debo alimentarme, tengo que salir. Miro por la ventana, vuelve a llover, lluvia fina sin viento, imperceptible a no ser por la ampolleta instalada en el poste callejero donde las miles de pequeñas gotas de agua danzan una melodía que termina abruptamente al estrellarse contra el suelo. Tanta agua, porque tanta agua en este lugar, donde es desperdiciada, desapareciendo por la brillante reja de un callejero resumidero. Vuelvo a mirar la ampolleta, un sol, terreno seco, una mujer joven, su cara surcada por la sequedad del clima, tratando recuperar de la tierra el producto de su sacrificio. Si, vuelve claro a mi mente, fue el lugar que me hizo feliz, fui útil me sentí parte del lugar, me apreciaron, nunca preguntaron mi pasado, como es posible ser feliz con tan poco. Como agradecer los momentos vividos, es tarde nunca lo hice, porque esa necesidad de huir, que indescifrables designios me convierten en un absurdo nómade sin raíces ni aprecios. Si, son tus ojos, ese negro me persiguió siempre, aparecían en los lugares más inimaginables, como acusándome. Esos dos carbones estando fríos siempre me quemaron, producían en mi esa incontrolable necesidad de huir, sabiendo que donde estuviera me acompañarían culpándome indolentemente de abandono. Perdóname era un niño, como podías obligarme a sentir en mi cuerpo tu horrible muerte.
Tierra seca, tratando de sacarle un tono verde a duras penas, gente apegada a sus tradiciones llenas de colorido contrastante con el paisaje, Cato, gringo Cato, ven acércate a nosotros, baila nuestras tradiciones, somos agradecidos de lo poco que la madre tierra nos da, le agradecemos bailando y vistiendo nuestras mejores ropas. Porque siempre estas triste, como queriendo reprimir esa alegría que llevas oculta en tu corazón. Nosotros conocemos la buena gente y tú eres bueno, solo debes bailar para que el cansancio de tu cuerpo ahogue tu pena.
Como lograr ordenar mi incontrolable mente, porque esas luces que aparecen rápidas, de la misma manera que huyen, gatillan retazos de mi vida. Vale la pena vivir sin tener la claridad necesaria para empezar de nuevo. Algún dia podré enderezar mi vida para que sea capaz de una vez por todas olvidar la selva, esa vegetación absorbente, esas dos luces de penetrante color negro. Por ahora no puedo estoy sumido en la desesperación, nada logra sacarme de la angustia de tu recuerdo.
Esta espina de acero es la respuesta a mi angustia, su afilado brillo es un imán irresistible para mis brazos. Debo vencer el temor a ver mi sangre saliendo a raudales, estoy agotado, un manantial brota por mis muñecas avanzando rápidamente por el piso, hasta llegar a la calle y confundirse con el agua de la angosta vereda. Mis ojos se nublan solo esta claro en mi mente un cuerpo degradado por la enfermedad, solo tus ojos intactos quedan en mi corazón es lo ultimo que se incrusta en mi mente.
Algo anda mal penso la viejecilla, confirmado por la estela de sangre que aparecía roja y abundante por la rendija de la puerta. Menos mal que quedo desocupada esta pieza, llamo a la policía, lavare bien el piso y tengo la oportunidad de rentarla de nuevo, pero tendré que tener mas cuidado para que si me paguen el arriendo.
Floto, estoy en el aire solo nebulosa a mí alrededor, veo un cuerpo tendido en el suelo, si soy yo, como puedo estar botado en medio de un lago púrpura, brillante que se ramifica en un interminable riachuelo. También estoy acá, liviano, sano con esa capacidad que solo tienen las aves de estar suspendidas, como afirmadas en una imaginaria rama. Soy bruscamente absorbido por una fuerza que desconozco, me hace entrar bruscamente en ese cuerpo repulsivo, no puedo pensar, pierdo la capacidad de entender lo que esta pasando a mí alrededor.
Dolor, siento dolor, es de día, mis muñecas blancas parecen dormidas al lado de mi cuerpo, estoy en un lugar desconocido silencioso. Aparece en la puerta la anciana, me mira, hay compasión en sus ojos, se acerca me acaricia la frente con unas manos rugosas pero increíblemente suaves, transmiten vitalidad que me llena de energía.
Cato, por que lo hiciste, que oculta razón te obligo a desafiar los designios de alguien que es más poderoso que nosotros, aunque lo deseemos no podemos dar vuelta la hoja de nuestras vidas como queriendo olvidar lo que hemos sufrido, cuantas perlas transparentes han bajado a raudales por nuestras mejillas, con que ansias hemos deseado cosas sin siquiera conseguirlas. Bebe, esta agua refrescara tu amargura, te sentirás mejor renovara en ti el deseo de vivir.
Es agradable, el agua me refresca, las palabras de doña Catalina logran sedar mi intranquilidad, ella me estima, después de todo hay alguien que siente aprecio por mí, quien sabe, puede que su deficiencia la haga entender que no solo se sufre por algo físico, si no que también hay horribles monstruos en nuestro cerebro que aunque queramos alejarlos a punta de armas mentales, vuelven cada vez con mas fuerza atacando sin piedad, inundándonos de pensamientos que nos hacen desear acabar con todo y terminar con la miseria que nos cubre.
Pasan los días, abandono ese lugar blanco, no ha llovido, las calles están despejadas el aire entra a raudales por mi nariz, su helado manto me causa placer. Camino hacia lo verde, dejo que mis piernas recorran con lentitud la alfombra aterciopelada. Debo cambiar, si, escribiré a mi madre, que sorpresa, para ella será recobrar un hijo perdido, para mi volver al refugio del que nunca tuve que huir.

Texto agregado el 22-06-2003, y leído por 234 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-07-2004 muy entretenido, besitos lorenap
23-09-2003 cuentame de las piedras que no quieres volver a llevar k_amilla
22-06-2003 Sergio, la idea es excelente; sólo hay que pulirlo un poco. Recuerda los signos de puntuación y la ortografía. Bienvenido a estos lares. Gabrielly
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]