No he tenido ningún percance que me detenga para dejarme convencer de las agobiantes situaciones que convergen en cada soplido diurno y nocturno.

Ya ni las luces artificiales pueden opacar la claridad de esta oscuridad abrumadora e inconsciente, ni la luna ni el sol traen rayos de fuerza al lecho de mi vergüenza.

Tiento entonces a la tinta para que ejercite mi mano y ésta a su vez emane versos viscoso con su manto delgado.

Tiento a mi lecho de miedo y a la escarlata sangre de mi mente para atraer hacia mí los imanes de la última frescura resucitada a través del rayo fugaz de mi ser.

Pero de tanto tentar ya ni me siento, me busco pero no me encuentro y entiendo al final que me he perdido entre las tenebrosas aguas de estas palabras y ya ni el más forzado de los movimientos me puede devolver a ese sitio antes del papel.