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Inicio / Cuenteros Locales / AngelNegro / La Leyenda de Adhara - Capítulo 5

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Volvió rápidamente a Orión. Había perdido todo un día de marcha. Sus hombres le esperaban impacientes, no sabían que le había pasado, el por qué de su ausencia. Él los miró a todos y los vio diferentes. ¿Había perdido realmente ese día o había ganado una vida entera?
Uno de sus hombres, se acercó a él y le comentó que estaban muy próximos a Can Mayor. Les habían visto acomodados en un claro del río. Le habían estado buscando durante todo el día para informarle de la situación, pero no le habían encontrado.
Rigel olvidó de pronto a aquella mujer y lo que había vivido con ella y regresó a su realidad, a su destino. Can Mayor estaba cerca; dentro de nada tendría entre sus manos a todo un pueblo que hasta entonces se le había escapado con la rapidez de un pez. Pero era de noche de nuevo y tendrían que esperar hasta el amanecer siguiente.
Adhara llegó junto a su padre cuando ya empezaba a impacientarse por ella. Todo el pueblo estaba preparado para salir. Sirio la miró. Advirtió en ella algo diferente. Su hija procuró no dirigirse a él.
-Adhara.....
-Vámonos padre, Polar nos espera.
-Adhara, ¿dónde has estado?
-Paseando padre. Vámonos, nos están esperando.
Adhara salió de la tienda.
Sirio se quedó unos minutos pensando en lo que había visto en su hija. Fue el mismo brillo que vio en su esposa, Polar, la primera vez que se habían fundido el uno en el otro. Pero sentía que algo no encajaba. Nadie más faltaba de Can Mayor. ¿Quién sería el que había producido ese brillo en Adhara?
Salió de la tienda. Algunos chiquillos recogieron sus pertenencias y empezaron la marcha detrás de Polar.
Aquella noche, Adhara caminó a solas, silenciosa. Recordaba cada momento aquellas manos que la habían recorrido por entero. Sentía aún el sabor dulzón de aquella piel al besarle. Algunas lágrimas brotaron de sus ojos. Su verde se apagaba al ver aún la tristeza de aquellos ojos negros, que la habían hecho sentir como una mujer más.
Sirio caminaba tras ella. Veía su lento caminar ante él y deseaba que nada oscuro se cerniera sobre ella.
Todos los integrantes de Can Mayor veían a Adhara diferente, pero creían que sería por la nueva responsabilidad que ahora tenía. Sería su reina, su guía. Sabían que ella no se esperaba que ellos la necesitasen como tal, y ahora su vida cambiaba para convertirse en Madre de todo el Can Mayor.
Aquella noche Sirio decidió cambiar un poco su trayectoria. Algo le decía en su interior, que un peligro se acercaba sigilosamente tras ellos. Aconsejó a Adhara que camino tomar. Aunque iban a mantener a Polar frente a ellos, iban a desviarse un poco hacia la derecha, bordearían una de las montañas por su cara más separada del río y continuarían así algunos días más.
Así fue como se fueron separando del pueblo de Orión. Cuando los hombres de Rigel le avisaron que había perdido a Can Mayor, éste montó en cólera. Su odio se acrecentó y deseó matar a Sirio con sus propias manos ante la presencia de su hija Adhara, para que su sufrimiento fuera mayor.
Pasaron los meses, el cuerpo de Adhara iba cambiando, se fueron redondeando sus formas. Algunas de las mujeres más ancianas ya sabían por qué se producía ese cambio. Adhara iba a ser madre. La noticia se extendió por todo el pueblo, y llenó de alegría a todos. Ella estaba siendo una inmejorable reina, y si podía guiarles tan bien a ellos, estaban seguros que también iba a ser la mejor Madre de la Tierra. Pero todos se preguntaban lo mismo aunque ninguno lo había manifestado. ¿Quién era el padre? ¿Quién había cautivado el corazón de Adhara? Los pretendientes eran muchos pero ella no había dejado acercarse a ninguno.
La noticia de la maternidad de Adhara se difundió por toda la Tierra. Había llegado también a oídos de Rigel. Una nueva vida iba a venir a la Tierra, y él no había sido el creador de ella y además del vientre de la Reina de Can Mayor, la mujer más hermosa según todos los pobladores de la Tierra. Y él no había tenido aún la oportunidad de verla.
Se desencadenó una fuerza, que encontró su punto más álgido en la actitud hostil de Rigel que sostenía como ley inalterable que la creación de la vida sobre la tierra, el Universo, estaba en sus manos.
Fue entonces cuando Rigel decidió darles alcance aunque tuvieran que caminar todo el día y toda la noche. Los hombres más ancianos junto con las mujeres se quedarían en algún parte del camino. Él iría junto con los hombres más jóvenes y avezados en busca de Sirio y su pueblo.
Su hombre de confianza le advirtió de la ceguera que ellos sufrían en la noche. No sabían orientarse. Se perderían irremediablemente. Pero Rigel, haciendo uso de su habitual inteligencia, le dijo que seguirían el cauce del río. Así no tendrían perdida. Todos los pueblos bajaban al menos una vez a la semana a recoger el agua que necesitaban para seguir su marcha. Les encontrarían.
Rigel reunió a sus hombres. Les dio las indicaciones oportunas e hizo hincapié en algo.
-Cuando encontremos a Can Mayor quiero que los aniquiléis a todos. A todos excepto, a Rigel y a su hija. Presentadlos ante mí. Los quiero con vida, con la vida suficiente para hacerlos morir entre mis manos.

Texto agregado el 29-06-2003, y leído por 283 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-06-2003 parece una de esas leyendas contadas por un anciano indio rodeado de su pueblo impaciente por descubrir el final de la leyenda. besos kimberlyrichards
 
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