De cara a la tarde gris vislumbré, una vez más, aquellos días circulares de la infancia. Esos crepúsculos sin más tiempo que el infinito instante en que nuestras finales esperanzas se extinguían con el último retazo de luz. Solo quien ha sido verdaderamente niño comprenderá las desesperadas corridas, los fútiles intentos, las búsquedas inconmensurables de ridículos escondrijos. Únicamente a ellos se les revelarán las razones de los agitados murmullos, de los ojos expectantes, de la muerte de las risas...
En esas horas planas y noctámbulas, esperábamos en silencio que el fúnebre andar del reloj nos devolviera la luz. Porque ningún conjuro era suficiente cuando aquellas húmedas y reptantes abominaciones se liberaban de sus ataduras para atormentarnos. ¿Quién, que se precie de haber sido niño, no ha visto sus ojos rojos y terribles? ¿Quién no ha sentido el fétido, intolerable, enloquecedor aliento de los temores infantiles?
La noche es larga...