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El mejor amigo del hombre

-¡Ea!, Vaya con Lucía, Capitán!
-¡No, no...! El llanto de la niña no se hacía esperar y seguía gritando. Hoy recuerdo con nostalgia nuestros juegos, y ya no me río del miedo de Lucía.
Capitán era un perro callejero, pero eso me tenía sin cuidado. Mamá no lo quería, e inclusive un día propuso regalárselo a una tía que vivía en el interior de la provincia. Se preguntaba todos los días porqué nos habríamos encariñado tanto con ese animal.
No, no me río del miedo ingenuo de mi hermana Lucía. A pesar de que solo era el temor infantil a una mole peluda y jadeante. No era casi nada en realidad, ó en todo caso fué solo la brisa de premonición previa a la tormenta del verdadero pánico. Hoy soy yo quien se pregunta porqué mi madre no regaló a Capitán cuando aún estábamos a tiempo, cuando todavía nuestra casa, nuestras vidas eran nuestras por completo.
Todo empezó una tarde de principios de invierno. El perro llevaba un par de meses en la casa y, salvo una inteligencia fuera de lo común, nada nos hacía suponer que Capitán fuera a significar en nuestras vidas algo mas que una mascota cariñosa. Aquella tarde fría mi madre me encargó unas compras en la tienda del vecindario. Al doblar la esquina de casa escuché un chirriar de neumáticos y un golpe profundo. Estaba solo en la calle desierta. Me acerqué corriendo al sitio del impacto y, tras el automóvil que siguió indiferente su marcha, vi un bulto tirado en medio de la calzada. Al aproximarme algo más adiviné el cuerpo de Capitán. Estaba hecho un amasijo de pelos y sangre. Conteniendo el asco, el dolor y las lágrimas, volví a casa corriendo, casi sin aire -¡Mamá!, ¡mamá...! Capitán está muerto, lo pisó un auto...! dije. Mi madre, que tejía en el estar algo con dos agujas, levantó su mirada entre sorprendida y resignada -¿Otra de tus bromas de mal gusto, ó solo estás queriendo probar la resistencia del corazón de tu madre...?- me dijo mientras, suspirando, volvía sus manos y sus ojos al tejido. –No mamá, te lo juro. Lo vi yo mismo, recién, aquí a la vuelta, un auto oscuro...- -Basta ya!- mi madre no me dejó proseguir y llamó: -Capitán!. El perro apareció desde el rincón del estar, a un costado del hogar. Había permanecido oculto de mi vista por un gran sillón de gobelino. Se acomodó a los pies de mi madre y me miró de un modo que me hizo erizar. Presentí que el quería que yo supiese, y parecía disfrutarlo.
No quiero aburrir con el detalle de las cosas extrañas y sobrenaturales, malévolas y siniestras que ocurrieron en la casa en los días siguientes. Cosas que solo yo veía. Era el testigo único de lo increíble. Capitán parecía haberme elegido para empujarme hasta el mismo borde de la locura. Cuando descubrí que toda mi familia comenzaba a preocuparse seriamente por mi cordura decidí que, viera lo que viera, no lo contaría a nadie. Pero eso no evitaba que pasara las noches sin sueño temblando en mi cama, transpirando en frío cada vez que sentía los pasos ó la respiración de Capitan por el pasillo. Algunas semanas más tarde mi terror comenzó a transformarse en desesperación y la desesperación mutó en coraje absoluto. Decidí terminar con la pesadilla de una vez y para siempre. Matar al maldito engendro, así me costara mi propia vida. Pobre e ingenuo de mi. Tan solo un adolescente casi niño puede creer que los caprichos del averno tienen una forma sencilla de resolverse, que se puede salir del infierno con tan solo cruzar una puerta...
Con mis propios ojos lo ví engullir y tragar con placer la carne con vidrio molido que puse en su plato. Fue mi dedo índice el que tiró del gatillo de la escopeta antes de que su cuerpo fuera partido en dos por la perdigonada a quemarropa. Era su sangre la que manchó mi suéter del colegio mientras yo asestaba puñalada tras puñalada en la cara, en los ojos invencibles y burlones, en su lomo cerril. Pero el fiscal dice que fue el cuerpo de Lucía, ovillo mortal de hemorragias internas, el que encontró la policía. Que fue el pecho destrozado de mi padre el que metieron en la bolsa de naylon marrón. Y dicen también que los ojos todavía abiertos y aterrorizados de mi madre eran los que me seguían mirando mientras los agentes levantaban su cuerpo de en medio del charco de sangre que llegaba hasta mis zapatos.
Escucho abrirse el cerrojo de mi cuarto. Debe ser la hora de alguna inyección. Ellos no saben, ó no quieren entender que se equivocaron de asesino. Pero en algo acertaron: No pude matar el maldito perro. Capitán sigue ladrando por las noches, riéndose de todos al otro lado de los barrotes de la ventana.


Texto agregado el 23-10-2002, y leído por 1227 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-10-2002 Demasiado dolor para leerlo entero, no podría escribir nunca algo que haga sufrir a un animal, son mi debilidad, sorry, Ana. AnaCecilia
25-10-2002 personalmente el terror no es uno de mis estilos favoritos, pero lo respeto, al igual que la acertiva marXXiana me acordé de king, pero no de su obra cujo, porque creo haber leído sólo uno... Giovanni
24-10-2002 al mejor estilo Stephen King y Cujo marxxiana
 
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