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Lo más duro es morirse la primera vez o, más bien, la angustia que supone a todo hombre esa vida precedente al primer cambio, tan llena de incógnitas. Os lo dice alguien que va por su decimoctava vivencia, una de las de ida.

Quizá me resulte complicado que comprendáis, vosotros que aún camináis en la niebla de la línea de tiempo original, qué somos y hacia dónde van dirigidos nuestros pasos. Estas dos preguntas se podrían resumir en lo siguiente: somos seres imperfectos, y nuestra misión es lograr, alguna vez, dejar de serlo.

Aquellos que estuvieron próximos al primer viraje, pero que no tuvieron el valor ni el conocimiento para abordarlo, afirman que toda una sucesión de imágenes de lo que llamáis pasado cruzan veloces por la mente. Es cierto. Todavía me recuerdo en ese primer trance: el coche sumergiéndose en el lago, el pánico del ignorante que siente que su vida se termina al paso que marca el agua introduciéndose en los pulmones. Entonces el vértigo de recuerdos, una sucesión de flashes impactando el cerebro: mis padres, Susana, los amigos de la infancia... Y al final de ese tumulto, de improviso, la calma. Una paz plena, ausente de los sentidos, silenciosa, sin sabores ni olores. El éxtasis de la muerte es algo que no se puede superar. Lo sentiréis algún día, veréis entonces lo equivocado de ese temor reverente con que repudiáis dar el primer salto.

Ahora quiero que entendáis que tal carrusel de imágenes no es más que un breve anticipo de lo que viene a continuación. Hacedme caso si os digo que toda vida se vive dos veces.

Reconozco que, en un principio, te sientes desorientado cuando la línea temporal se invierte. Cuesta hacerse a la idea de recorrer tu vida al revés. Sí, habéis leído bien, esto exactamente es lo que sucede: lo que fue pasado es futuro, un futuro que guardas disperso en tu memoria, un futuro que vas a vivir de nuevo, supeditado a las acciones de tu yo anterior sin posibilidad de intervención, sólo observante, aprendiendo.

Vivir de vuelta es un cometido de autorreflexión, la forma en que hemos de purificar nuestra alma de los errores cometidos. Y os digo que, a la vez, es realmente hermoso redescubrir tus recuerdos, hasta los peores, pues hace tiempo que entendí que vivir sabiendo es caminar en paz, y todas las tragedias se vuelven fácilmente digeribles, incluso amenas.

Tal vez una de las anécdotas a las que resulta más difícil acostumbrarse, es el hecho de observar los efectos de forma previa a las causas. Queda dicho que vivir de vuelta supone no tomar parte activa, puedes sentir lo que tu yo previo ha hecho, pero no intervenir. Tu cuerpo se mueve y reacciona de forma exacta a como lo hizo, sólo que tú lo ves y percibes al revés. Es extraño y delicioso notar la sensación de tu estómago lleno como anticipo del momento en que verás la comida, y no es la primera vez que, en mis regresos, juego a adivinar qué será cuando comienzo a sentir su gusto en la boca. Pueden ser otro ejemplo las relaciones sexuales —recuerdo que con Susana eran especialmente intensas—, en las que el orgasmo invertido te asalta sin previo aviso, aprendiendo a disfrutar luego, con singular fruición, el postre de los contactos preliminares. Este avanzar invertido es lo más desconcertante, cierto, pero igual de verdad es que tienes toda una vida para acostumbrarte.

Dejando a un lado esta circunstancia curiosa, no sé si habréis alcanzado a imaginar, siquiera de la forma más somera, el impagable regalo de esta experiencia regresiva. Qué no daría, cualquiera de vosotros que me leéis aún en vuestra primera ida, por sentir cómo tu cuerpo se vuelve más joven cada día y los seres perdidos regresan a tu existencia; por volver a ver de nuevo a esa mocita de la adolescencia de la que ya no recordabas el nombre y gozar del amor pubescente con que ella inundaba tus sentidos; por encontrarte en el cuerpo del niño que fuiste y redescubrir la inocencia que de adultos aprendemos a desdeñar de manera tan estúpida. Y todo esto, esto y lo que cada uno adivino que estáis rememorando ahora mientras leéis, lo vives con un discernimiento pleno, independiente en el acto cognoscitivo respecto a tu yo anterior, pero perceptivo a sus emociones, y abocado a su existencia física.

A estas alturas, noto como empieza a surgir en vuestra mente la pregunta. Pobres, qué dignos de compasión. Sois como yo una vez lo fui, nadando en un océano de dudas. Siento brotar palabra a palabra, en medio de vuestra aflicción, el deseo de saber y, si os dejase, estoy seguro de que me imploraríais, me rogaríais por que os contestara a esto: ¿Qué pasa cuando llegas al final, cuando ya has vivido de vuelta tu vida? ¿Estamos condenados a volver a nacer de nuevo, a vivir hacia adelante otra vez lo mismo? ¿Es esa nuestra penitencia por ser seres imperfectos?

Os daré la respuesta sin que tengáis que suplicar, pues debo confesaros que el inventor de todo esto es quien me ha confiado la tarea de permitiros conocer la verdad, hondamente apenado de ver el sufrimiento con que lleváis muchos el acto de vivir vuestra primera ida. Pero antes, quizá deba terminar de trastocar todas vuestras falsas premisas sobre un término tan relativo como es el tiempo.

En realidad, el tiempo no es más que el baremo que rige nuestras existencias, lo que nos indica aquello que hemos vivido, lo que estamos viviendo y lo que ha de venir. Lamentablemente, el ser humano es bastante necio, y no es capaz de aprender algo hasta que vive la experiencia. No sabe de verdad lo que es el fuego hasta que se quema, no aprecia qué hermoso es ver hasta que se queda ciego. Igual, pensáis que el tiempo es un gusano que avanza impasible en la misma dirección, hacia un horizonte infinito. Sois tan soberbios como lo era yo antes de mi primera muerte, tanto que hasta el significado del tiempo habéis adaptado a vuestro absurdo concepto de existencia. Al menos, si habéis estado atentos, sabéis ya que el gusano es como un tren de cercanías, con una locomotora a cada extremo que permite al maquinista observar el mismo paisaje en su trayecto de ida y vuelta. La cola es también cabeza, de modo que el tiempo, y con él nuestra vida, tiene doble sentido. Pero la cosa no acaba ahí. Pensad ahora en ese gusano, que desciende por la hoja de una palmera. Llega al final y siente el vértigo del vacío. Quiere descender del árbol, pero no encuentra cómo. Entonces, retrocede por la hoja, hasta llegar de nuevo a la cima. Allí emprenderá el descenso por otra hoja, en busca de una salida. No la encontrará aún, y de nuevo regresará. Así repetirá el proceso, cada vez más seguro en su avance, acostumbrándose al tacto de su suelo vegetal, a su forma, a su extensión, unas hojas similares que a la vez son distintas partes de un todo, el árbol. Pues ese árbol es la existencia, ni más ni menos, y las hojas cada una de las vidas que recorremos arriba y abajo. Cuando volvemos al instante de nuestro nacimiento, iniciamos una nueva hoja en nuestro peregrinaje hacia la purificación del espíritu, con una nueva vida que se parece a la anterior, pero también muy distinta, porque los hombres hemos sido hechos con libre albedrío. Las decisiones tomadas, ahora podemos variarlas, y con ello cambiará todo, absolutamente todo. La existencia viene señalada por el tiempo, así que este se ramifica como ella, como las patas alargadas de una araña de mar.

Cada cambio que hacemos, afecta a nuestro futuro, y también al de los que nos rodean. Tus padres, en su siguiente vida, puede que decidieran no tener hijos, o que incluso ni se llegasen a conocer, así que te encontrarás con que otros son los que te han correspondido, y tendrás un nuevo cuerpo, un sexo distinto tal vez. Así, evolucionan nuestras almas, vivimos y sentimos nuevas experiencias, enmendamos errores anteriores, paso a paso, hasta que, al fin, el gusano llega un día a donde se encuentran las hojas, descubre el tronco y desciende; o alcanza la punta de una de ellas, entiende que es la hora de formar el capullo, y amanece convertido en mariposa que logra su libertad en el vuelo. Entonces, el alma alcanza su paraíso particular, el que ella ha elegido: la tierra mansa o el cielo etéreo, allí donde el tiempo se detiene porque no queda futuro, porque vivir se transforma en un presente continuo, porque tu espíritu habrá por fin aprendido que la vida es ser ahora, y no soñar con recuerdos ni anhelar esperanzas.

En fin, es todo. Debo irme ya. Acabo hace poco de empezar una nueva vivencia de ida, y tengo que ponerme en la búsqueda de mi alma gemela. Sí, lo adivinasteis: Susana. Espero que le haya tocado esta vez un cuerpo de mujer. Aunque en cuestión de espíritus afines, tampoco tiene mucha importancia.

Texto agregado el 06-07-2003, y leído por 365 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-07-2003 uy don Vlado, salgo de mi cueva simplemente para aplaudirlo hasta que me queden rojas las manos. Al primcipio pensé "otro cuento de reencarnaciones" pero esa llavecita que giró con aquello del viaje de "vuelta" fue genial. Eso sí, qué suerte tuvo el protagonista que ya en la primera "ida" encontró a su "alma gemela" ;-) marxxiana
 
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