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galletas de mora

Escribo esto para no tener que ir a donde el sicoanalista como dice mi profe peñuela.

Hace un tiempo tenia un amor, un amor sin amor, y por esto, como buen negociante, me dedique a proponerle; a mostrarle, a mi amor, lo bueno que era mi amor. Le otorgue muestras gratis, le mande ofertas en forma de poemas. Pero mi amor seguía sin amor. Por eso a la postre mis poemas se convirtieron en demandas de palabras y mis regalos en muestras de una atracción casi-fatal.

Yo en aquel tiempo vivía solo, y digo esto no de manera gratuita, pues cuando digo que vivía solo, era por que realmente vivía solo. Yo era como Borges, que cuando era niño no entendía lo que era la muerte, entonces él era inmortal. Yo no entendía que era la soledad y por eso nunca me llegué a sentir solo, siempre estaba acompañado, aunque fuera conmigo mismo. Pero en aquella época de “locura”, tan fuera de mí, en la que solo por casualidad del destino me veía de lejos, realmente supe lo que era estar solo. Era algo así como lo que dice Heli Ramírez, “la soledad es el mejor borrador de uno mismo”. Mi soledad entonces se llenaba de fantasmas, de ese amor en el silencio, y esperaba el repicar del teléfono como enseño Pavlov, aguardaba quizás una carta que sabia que no llegaría. Tal vez se hubiera conformado al menos con una orden de restricción, pero nada...

Hasta que un día, de pronto mi amor apareció, y con unas pocas palabras repletas de silencio, me entrego sucintamente una caja cuadrada, de un blanco como de nubes, se despidió diplomáticamente como era su costumbre, dejándome solo, perdón, dejándome con la caja. Yo no entendía muy bien por que había hecho eso sin decirme nada, como era posible que después de tantas palabras sacrificadas, como soldados desconocidos en busca del amor, ella, no tuviera ni siquiera la valentía de mandarme tiernamente de una vez al demonio. Abrí la caja y como en el Aleph, no vi nada, sentí un olor granoso, que se resistía abandonar la caja, como si la verdad estuviera muy a gusto en ella, y solo rato después, como por arte de magia, aparecieron las galletas, eran granates; rectangulares y pequeñas. Al probarlas supe que eran de mora.

Sip.. a mi amor yo le escribía poemas, le mandaba peluches mañes, y regalos diz que de buena familia y ella no me decía nada, pero de pronto, como por arte de magia, aparecían las galletas.

Yo no sé que es el amor, y tal ves pensando en Savater cuando dice: “Lo que le da el amante a la amada, no es un saber, sino un sabor”. Preguntarse por que es el amor no tendría mucho sentido, si no que la pregunta “razonable”, seria mas bien ¿a qué sabe?.

Mi amor en ese tiempo, sin duda alguna sabia a galletas de mora, y lo mejor de todo era que se podía acompañar perfectamente con leche, o un café bien oscuro.


Texto agregado el 30-12-2004, y leído por 159 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-01-2005 He pensado siempre que al final los sentimientos son sensaciones... Me gustó! Aniuxa
 
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