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El hombre se quitó la camisa y aparecieron en sus brazos las exuberantes mariposas tatuadas. Ella permaneció imperturbable bajo ese cuerpo robusto que la acariciaba con aparente desdén. Las mariposas parecieron emprender el vuelo cuando el tipo alzó sus brazos y los colocó sobre su cabeza en inexplicable gesto. Después, los bajó para aventurar su mano izquierda entre el generoso escote de ella. Sus dedos desabrocharon la blusa y apareció el sostén negro que contrastaba con sus blancos pechos. El hombre se inclinó sobre esas tersas montañas que parecían de nieve y su lengua flameó como la de un reptil antes de comenzar a lamer aquellas sinuosidades. En aquel silencio sólo se escuchaban sus roncos jadeos y su respiración entrecortada. La mujer, muda e inexpresiva, sólo miraba la techumbre con sus enormes ojos azules.

Cada año era lo mismo, a la excéntrica millonaria le gustaba tener ese tipo de relaciones con aquellos peligrosos asesinos y para conseguirlo les pagaba millonarias sumas a los carceleros. Como la oferta no se podía desechar de buenas a primeras, se creaba un complicado aparato para poder sacar subrepticiamente al reo, reemplazándolo por un doble que, por una buena cantidad de dinero, aceptaba suplantarlo.

Esta vez, el asesino de las mariposas tuvo lo suyo, una relación con una especie de muñeca de goma inexpresiva, que, una vez manoseada, se masturbaba una y otra vez, imaginando aún sobre si a ese recio y peligroso varón. Las cámaras, entretanto, habían vigilado toda la escena y varios policías esperaban tras las puertas y ventanas con su arma presta y la mente puesta en la suculenta paga. Nadie debía enterarse de esto, era un secreto que por muchos años se había resguardado, una especie de erótica gallina de los huevos de oro. El asesino no tenía oportunidad de divulgar nada, generalmente se trataba de condenados a muerte a los que se les ofrecía esta suerte de último deseo anticipado y ninguno había rechazado la oferta. Después de todo, la millonaria era un verdadero bocado, una muñeca inerme que era susceptible de ser tocada, si bien no se encendía en ningún momento en ella ni siquiera una brizna de pasión.

El asesino de las mariposas había sido condenado a muerte por sus horribles crímenes, cometidos en hermosas y jóvenes chicas que jamás imaginaron el triste final que les aguardaba. Todas ellas habían sido descuartizadas y sus restos sepultados en terrenos baldíos o arrojados a las aguas pantanosas. El denominador común en todos estos delitos era una mariposa tatuada con un fino estilete sobre uno de los pechos de las infortunadas. Ninguna de ellas pudo contemplar ni admirar dicha obra, puesto que el asesino trazaba aquel dibujo sobre la piel tibia de sus victimadas. La tarde en que fue descubierto, aún manoseaba y se deleitaba con el cadáver de una bella chica y ya inculpado, no negó ninguno de sus espantosos crímenes.

Pamela, la millonaria, sabía que sus gustos eran extravagantes, que ningún chico podía seducirla, puesto que lo normal carecía de incentivo para ella. La gran mayoría de los hombres actuaba con una especie de consideración que le repugnaba. Tampoco deseaba ese tipo de sexo violento, sadomasoquista, ya que lo suyo era diferente, una perversión contemplativa que después se desgranaba en solitarios y deliciosos orgasmos.

Sin saber por qué, la estampa vigorosa de su última relación se asomaba a cada instante en su mente, volvía a sentir la fortaleza de aquellos brazos apretando sus carnes duras, esas mariposas tatuadas en la piel, ese aliento cálido que recorría su cuerpo, estremeciéndola por dentro. Despertaba sabiendo que había estado en sus brazos, que incluso se había atrevido a besar aquellos labios tallados a cincel, arrojando en ese volcán mentolado todo el incipiente fuego que parecía haberse encendido por fin en sus entrañas. Y gemía y se descomponía en ese lecho virginal en donde había sido poseída una veintena de veces sin siquiera rozar su instinto.

Nunca lo había hecho pero esta vez era distinto, deseaba de nuevo sentir la poderosa fuerza de ese macho salvaje, contemplar como aquellas mariposas aleteaban al vaivén de su agitada respiración, sentirlo sobre ella, atlético, rudo, silente. Necesitaba tenerlo al alcance de sus manos que esta vez si que despertarían al deseo y acariciarían esa basta piel y la rasguñarían hasta que la sangre acudiera ante el desenfreno.

Sabía que tenía poco tiempo. El hombre moriría en la cámara de gases en escasas dos semanas. La vigilancia se había redoblado, los medios de comunicación asediaban a los abogados y jueces y se había establecido un cerco inexpugnable en torno a la cárcel. Sólo con artes de magia se podría acceder a la celda fatídica, artes que Pamela conocía desde siempre ya que sólo bastaba que esgrimiera su chequera a modo de sombrero para que de ella surgieran funcionarios obnubilados, gendarmes de vista gorda y personajes varios vinculados a una misión peligrosísima pero altamente rentable.

Cuando el asesino ingresó a la habitación, Pamela entendió que estaba realmente enamorada de él y sin pensarlo dos veces se arrojó a sus brazos. Se besaron con incendiaria pasión, el la acarició con frenesí y ella recorrió su agreste geografía, dominada por músculos poderosos que a la vez eran la pancarta de un despertar tantas veces añorado. Se entrelazaron en una maraña de brazos y dedos que se urgían en descubrirse mutuamente. Y finalmente se poseyeron con hambre, con furia, riendo y bramando como dos animales salvajes en plena época de celo.

Nadie pudo preverlo. Un repentino corte de luz, provocó gritos de alerta, carreras, desorientación y pánico, mucho pánico. La risible luz de un encendedor iluminó rostros desencajados, las voces de mando se sucedieron cual ráfagas de sonidos que no tenían sentido alguno. Dentro de la habitación todo era caos.
-¡Que no escape! ¡No disparen! ¡No podemos matarlo! ¡Cubran las salidas!

Cuando la luz llegó tan repentinamente como se había ido, Pamela yacía en su cama cubierta con sus sábanas de seda, sus grandes ojos muy abiertos y una sonrisa extemporánea en su hermoso rostro. Parecía hipnotizada, acaso soñaba con mariposas.

Nunca pudieron encontrar al asesino de las mariposas. Se montó guardia en la casa de la chica, se rastreo casi toda la ciudad, pero todo fue en vano. Un sumario con ribetes de escándalo que involucró a importantes personeros del aparato judicial, acabó con ellos en la cárcel, otros fueron destituidos, pero nadie se atrevió a delatar a la chica. Se dijo que el asesino había sobornado a algunos gendarmes, entregándoles, a cambio, un plano en donde se ocultaba una cuantiosa fortuna. Se especuló que el tipo quería asesinar a la chica antes de desvalijar la mansión para huir más tarde fuera del país.

Pamela permanece tardes enteras esperando que regrese el único amor de su vida.

Entretanto, en un lejano país, un tipo conversa con una atractiva mujer en una playa paradisíaca. Ella, descansa en una cómoda silla y lo contempla con admiración. El sonríe y se tiende junto a ella. La mujer acaricia sus brazos, seducida por esas hermosas mariposas que laten eróticas en cada uno de ellos…

Texto agregado el 02-01-2005, y leído por 1113 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
31-01-2006 Atrapante,me gusta... Kollage
03-01-2005 Encosa de gustos no hay nada escrito y también pienso en una segunda parte... Pamela se lo merece anemona
03-01-2005 Me gusta... Menudo capricho el de la millonaria... Un abrazo* neus_de_juan
03-01-2005 Sublime, nada más... barrasus
02-01-2005 La idea del relato me parece muy, muy buena. Sin embargo creo que el final se cae un poco, aunque considero que es un acierto el dejarlo abierto. De otra forma caería en la obviedad. Me parece que está sobreadjetivado, cuando como dije, la historia brilla por sí misma. Buen relato! Felicidades! santacannabis
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