Todas las mañanas muy temprano junto con los rayos del sol que asoman rojizos sobre el verde de la montaña, él, con su cuaderno de apuntes bajo el brazo y la pesada llave en la mano, se encerraba largas horas en el cuarto, solo el silencio era arrebatado por el fútbol cayendo en su verde jardín, en ese instante corría los vidrios de la ventana y con mueca de enojado nos decía.-. A jugar a otra parte! ¡mocosos!. Preso de curiosidad, por saber que hacía allí dentro, comencé a esconderme tras unas grandes macetas con plantas que había en el patio, los segundos que tenía para mirar era correr hacia la puerta y antes de que pusiera la llave, del lado de adentro, espiar por el ojo de la cerradura, pero solo me alcanzaba para ver el azul de las paredes. Pasó el tiempo y volví al pueblo siendo médico, lo primero que hice fue ir a saludar al vecino, contento llamé , pero nadie salió a mi encuentro, entré y me asomé, la puerta del cuartito con la llave puesta estaba entreabierta, el ruido de mis pasos molestaban en la vacía habitación, la luz que entraba por la ventana iluminaba el pizarrón lleno de fórmulas químicas y en un rincón una vieja silla junto a una mesita con tizas blancas tiradas al azar, que ya añoraban el calor tierno de unas manos arrugadas, eché a llorar, salí corriendo del lugar, pensando que la vida no se detiene solo se deja atrás todo lo vivido y amado.

Penny