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El hambre venía haciendo estragos en mis entrañas, pero la neblina cedía con poca prisa ante el sol. Esto me impedía salir en busca de comida, a pesar de que cada tanto algo se despejaba y me permitía ver el amplio valle.
Se movían objetos extraños que a su paso levantaban polvareda, eran mucho mas grandes que las habituales vacas.
Mi curiosidad nata además de la premisa de saciar el apetito me llevaron a abandonar mi refugio en singular planeo. No tardaría mucho en llegar hasta el cordero que recién habían abandonado unos seres que emprendieron la huida.
La tentación era muy grande y como no había peligro aparente, aterrice a escasos metros del cadáver y mirando a mi alrededor fui acercándome con cautela, di varias vueltas observando por donde comenzar con tan tentadora presa, que a diferencia de lo habitual esta no tenia que arrojarme en veloz picada para llevármela sujetada entre mis garras. Todavía estaba tibia la carne y empecé a despedazarla mientras engullía de un solo bocado todo lo que podía. Tenia un sabor diferente e intenso, como la de un animal de las salinas.
Al cabo de un rato sentí mucha necesidad de agua, no muy lejos había un recipiente con el preciado liquido a donde corrí desesperadamente.
No paraba de beber, mi vientre otrora pequeño crecía mas y mas, sin darme cuenta como se acercaban peligrosamente aquellos objetos extraños.
Reaccioné demasiado tarde, quise correr para remontar vuelo pero no lograba despegar, el peso de mi propia barriga me traicionaba. Seguí intentándolo corriendo y aleteando con todas mis fuerzas pero fue en vano, parecía a punto de estallar mi corazón por tanto esfuerzo.
Mientras tanto esos raros objetos se acercaban inexorablemente. Exhausto ya casi sin aliento me detuve y en ese momento sentí como una especie de red caía sobre mi.
Era el fin...el fin como amo y señor de las imponentes alturas de los Andes.
Luego descubrí que fui capturado por unos seres de dos patas para exhibirme como trofeo en una pequeña cárcel de estructura metálica con alambre tejido, donde muchos otros seres mas pequeños venían casi todos los días a mirarme y cada vez que yo intentaba hacer algo de ejercicio exclamaban con extraños sonidos gritando algo así como: “Miren que bárbaro como vuela el cóndor” no comprendiendo que para mi el volar significaba una sola cosa: Arrojarme al viento de los precipicios buscando las corrientes térmicas para sentirme el rey de los cielos no perdiendo detalle de todo lo que acontecía allá en el valle.
Con ese artilugio de ponerle mucha sal a la carne para obligarme a beber agua, no solo consiguieron atraparme...sino que además borraron para siempre mi preciada libertad.
Nicolas Jackson

Texto agregado el 18-01-2005, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


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