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Se habían conocido en circunstancias muy particulares. Ella venía de una gran pérdida; él practicaba la perdición a diario. Ella arrastraba dolores eternos, él apenas podía con los de esta existencia. Sin embargo, a pesar de mutuos engaños y trampas varias, parecían entenderse.
Lo primero que hizo la mujer fue engañarlo y exponerlo con uno de sus amigos. Desde que él se dio por enterado se juró permanecer “sin engancharse con una mina así”. Si bien él no era un santo, ni pretendía serlo, pensaba para sí mismo, hay cosas que no se hacen. De todas maneras, pasó de su amigo y se quedó con ella. Claro está, que si en tan breve tiempo llegó a considerarla alguien respetable, ella misma se había cavado su propia fosa.
Ella venía pensando en rehacer su vida, en formar una pareja, pero necesitaba respirar un poco antes, y la verdad que este individuo era el menos prometedor para que su calentura se convirtiera en enamoramiento.
Entonces él siguió con su ritmo de vida, la lujuria de cada momento, ella también haría lo suyo, sólo que ahora ambos estaban incluidos en la agenda del otro. En resumen, llegaron a un acuerdo, o eso parecía...
El caso es que la mujer comenzó a no disfrutar de las muchas aventuras que él tenía casi a diario. Quizás por auto-engaño, tal vez por orgullo o temor a perderlo, nunca le dijo abiertamente que empezaba a molestarle la promiscuidad con que él solía manejarse. Juntos tenían muy buena cama, habían conseguido un equilibrio entre cantidad y calidad. Ella había comprendido que todo aquello que sintió antes de conocerlo a él no fueron orgasmos, él comenzaba a vislumbrar un poco de tranquilidad en su alma. Formalizaron hasta donde sus conciencias se los permitieron. Luego de peleas, desencuentros y promesas a medio cumplir.
Una noche cenaban en casa de ella, sobre aquella mesa verde donde tanto lo había herido. Así que olvidándose de sus propias trampas y mentiras, el hombre comenzó a recordar también aquel lavadero en el que también habían destrozado su corazón. Disimuló su malestar, agradeció el café y le propuso un juego un poco perverso. Ella era material dispuesto para perversiones y experiencias nuevas. Así que le siguió el juego divirtiéndose. Empezaron a besarse, se abrazaron, a pesar del juego, estaban haciendo el amor.
El la agarró del pelo y la llevó a los empujones, ella lo dejó hacer sin reparo y atravesaron a los empujones la cocina y entraron a aquél lavadero. Ya eran las 2 de la mañana y la servidumbre dormía. Este era el momento que él había imaginado tantas noches entre lágrimas de dolor.
La apretó junto al lavarropas, abrió la tapa y vio que tenía agua, ahí fue cuando cambió el rumbo de su plan. La fue desnudando entre besos y tirones de pelos. La levantó y la apoyó de frente al lavarropas, era todo parecido, sólo que esta vez estaba completamente desnuda y descalza. Ella seguía su juego, pensando que quizás esta situación exorcizara la angustia que había provocado en él algunos meses atrás. El la tomó de las nalgas abriendolas con toda su fuerza, ella no opuso resistencia pero sintió un desgarro que produjo un pequeño grito contenido. El se comenzó a excitar más aun, y tapó su boca mientras la penetraba por atrás y le susurraba al oído: -Así es como te gusta, puta? Encendió el lavarropas y el artefacto comenzó a marcar el ritmo en que él entraba y salía. Sin dejarla respirar muy bien con su mano izquierda, con la derecha la abrazó por delante metiendo sus dedos en su vagina y golpeando como lo permitía la posición en el clítoris. Ella comenzó a darse cuenta de la trampa. Si se calentaba él podría pensar que solamente lo hacía por evocación y si se retraía, seguramente él pensaría que no era capaz de sentir lo mismo que alguna otra vez. Sin dejar de estar excitada entró en pánico y empezó a forcejear como podía. El se había poderado de ella y le era casi imposible moverse, cualquier movimiento brusco la hería más, seguía penetrada. Entonces se dejó poseer, después de todo era su hombre, y que él pensara lo que pudiera. Suelta ya, se entregó al placer y a la lujuria de pensar en lo que él estaría pensando. Solían hacer estos juegos mentales entre ambos, pero esa noche parecía distinto todo.
El comenzó a gemir y soltó la boca de la mujer, ella comenzó a recuperar el aire y a respirar más acentuadamente, hasta que el hombre comenzó a pronunciar palabras como: -¿Sabés que sos una puta? ¿Sabés que podría matarte ahora mismo? ¿Sabés que te amo como nunca amé a nadie? Ella contestó que sí a todas las preguntas, a lo que él respondía con una cachetada. La mujer se encontraba excitada y asustada, quizás en diferente orden de prioridades. Entonces llegó su primer orgasmo y no pudo contener el grito. El intentó tapar su boca pero fue en vano. Entonces le dijo: -No quiero volver a escucharte, entendés?
Ella dijo: - Sí. Y como era previsto, recibió un tirón de pelos que la hizo gritar de nuevo. Entonces él le dio un rodillazo sobre una pierna, quedando doblada y golpeando contra el artefacto que no dejaba de ronrronear y marcar el ritmo. La cara de dolor de la mujer apuró y asentuó el orgasmo del hombre, quien mientras concluía se aferró a los cabellos castaños de su pareja con tanta fuerza que se quedó con algunos en sus manos. Mientras ella lloraba del dolor el sin dejar de bombear y con una sonrisa sarcástica le preguntó: -¿Te dolió? Más me dolió a mí que te hayas cojido a un hijo de puta en este mismo lugar y quizás la hayas pasado mejor que conmigo; y comenzó a llorar como un niño, como un animal, como un cavernícola...
La fue soltando con suavidad extenuada, apagó el lavarropas, se subió el pantalón y se dirigió hacia la heladera que estaba en la cocina a buscar una cerveza. Respiró hondo y abrió la lata de Budweisser. Se sentó en la mesa verde.
La mujer volvió desnuda y un poco tambaleando, pero con cara de alivio y le preguntó a su pareja dónde estaba su ropa.
El con toda naturalidad pero mirándola a los ojos le dijo: -En la lavadora, dónde más?

Texto agregado el 28-01-2005, y leído por 103 visitantes. (0 votos)


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