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Inicio / Cuenteros Locales / ArturoBandini / La realidad me persigue

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La tercera calada. El mismo ritual. Absorbe con fuerza el cigarrillo mientras mantiene la cabeza fija en su café. Levanta la vista y, mientras echa el humo con los labios como un silbido, me mira con sus penetrantes ojos verdes. Esos ojos que me quieren decir tantas cosas que apenas logro entender un significado. Hoy lleva unos vaqueros desgastados y ese jersey blanco de cuello de barco que dejan sus hombros al aire. Siento deseos de levantarme de la mesa, ponerme detrás de ella y morder suavemente su pronunciada clavícula. Sé lo que haría. Encogería los hombros, cerraría los ojos y soltaría un suave gemido. Y ese pequeño aro en la ceja contrasta con su cara, de cierto aire infantil. Como cuando la hija de seis años se pone los tacones de la madre, su piercing desempeña ese papel en su rostro. Niña pícara. Ángel travieso. Pero hay cosas que no vuelven. Mi inocencia se perdió. Mi creencia en el amor puro se desvaneció el día que pusimos punto y final a nuestra relación. Después vino mi aventura con la otra chica y, bueno, ya sabes lo que paso. Aunque jamás te puse los cuernos te sentiste traicionada. Era normal, pasó muy poco tiempo entre la ruptura y el nuevo amor. Nunca la quise. Supongo que quería enamorarme de nuevo, sentir ese ansia por ver a una persona; el cosquilleo en la tripa; las campanas repiqueteando en mi interior, y otros clichés por el estilo. Ilusionarme por algo. Ya no hay marcha atrás. Asumo la culpa. Sé que es un error que me perseguirá de por vida. No hay nada que me pueda salvar. Comprendí que el amor verdadero no existe. Que una pareja no es más que dos personas que se necesitan. Pero si uno falla se busca sustituto. Sin dramatizar. Lo que realmente me duele es que no puedas confiar en mi. Fui claro desde el principio. Te dije como evolucionaban mis sentimientos hacia ella. Todo lo que pasó. No tenía porqué hacerlo. Al fin y al cabo ya no estábamos juntos. Tú me lo perdiste. Te complací. Me sigue mirando. Me ha vuelto a mirar en la cuarta calada y, creo, que hasta me ha sonreído. Su pelo lacio, recogido en una coleta. Su cara lavada, con sus pequeñas ojeras y alguna marca de un grano rebelde recuerdo de su adolescencia. La maravilla de lo natural. Lo simple. Esa es la verdadera originalidad. El café caliente recorre mi garganta. La calle sigue encharcada. Llueve más que antes. El viento agita las ramas de los árboles. Hojas de periódicos vuelan sin rumbo aparente. Bailando la danza que les dicta el aire. La cafetería es una pequeña casa rural. Estás junto a la chimenea, sentada con las piernas cruzadas como un indio. Relees pasajes de tu libro preferido mientras una manta oscura te tapa hasta la cintura. Te observo desde la puerta. Me gusta espiarte. Ver sin ser visto. Me tranquiliza. Me acerco sigiloso y me siento a tu lado. Te aparto un mechón de pelo que colgaba sobre tu blanca piel. Tú, distraida hasta ese momento, permanecías en otro sitio. Inundada por miles de palabras. Ahora me abrazas fuerte. Siento los latidos de tu corazón en mi pecho. Late deprisa. Quizá sea mi propio corazón. ¿Me estaré enamorando? ¿Desde cuando llevas un piercing en la ceja? Está apurando su café. Pide la cuenta al camarero y me mira de soslayo. Algo hay en su mirada que agita mi cuerpo. También pueden ser escalofríos. Es invierno y hace dos grados. No intentes engañarte. No te mira a ti. Miraba el vacío. Tu también lo haces a menudo. Es normal. No intentes convencerte de que esa chica quiere ligar contigo. Sé realista. No sueñes despierto. No imagines tu futuro a su lado. No la idealices. Es solo una joven que se ha parado a tomar un café en el mismo sitio que tú. Hay un hombre con traje gris en la barra tomando un coñac. ¿Ese no te mira? ¿Estás seguro? El camarero regresa con un platillo en el que van las vueltas. Se levanta tranquila. Se pone el abrigo blanco, se anuda la bufanda roja y coge su bolso del respaldo de la silla. Avanza hacia la puerta. Su mano se acerca peligrosamente hacia el pomo. No te vayas aún. Dedícame una última mirada. Se gira. Sus ojos y mis ojos se cruzan en el camino. Recibo una descarga eléctrica. No te confundas, ha mirado por si se le olvidaba algo en la mesa. Mañana volveré a la misma hora.

Texto agregado el 29-01-2005, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-01-2005 ...bien atlanta
 
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