Era muy apretado si; como todas las mañanas en el metro. Ella me daba la espalda agarrada a un tubo al lado de la cabina del conductor, sentía a través de su falda unas nalgas redondas y sólidas de gran masa, no había aire acondicionado, sentía el olor húmedo y graso de la comparsa pasajera. Otra estación, mas usuarios otro empujón y sus nalgas con todo su calor reposaban encajadas en mi bragueta. Santo dios como sudaba, no había modo de moverme, pero en honor a la verdad no quería hacerlo y ella me miraba por el reflejo del vidrio que tenia su cara enfrente. Otra estación otra oleada y otra apretada. El calorcillo de su dispuesto valle estaba que me quemaba. Miles de pensamientos me cruzaron inquietantes y húmedos, ya no podía evitarlo estaba excitado, no soy muy grande lo sé, pero mi mediano príapo a través del pantalón se anidaba agresivo en su vértice de carnes. Sus ojos brillantes me observaban desde el cristal, pero no hizo nada y yo tampoco mientras su turgencia me rozaba. Mi abrigo nos cubría cómplice y partícipe del silencioso avance, suave, muy suavemente, disimuladamente suave comienzo a restregarme, ella corresponde reculando lentamente contra mi parte; que parecía un demonio que pedía liberarse. Mi mano tocó su talle y me miro con mirada tibia y brillante a través del cristal oscuro de adelante. Al amparo de mi abrigo mi mano siguió anhelante; buscando la línea de su hilo que destacaba gentil en la tela de su traje, como el mismo tren que devoraba distancias me tragaba ansioso su talle. Otra estación nadie se bajó y mas gente inocente aborda, cómplices inocentes de nuestros lujuriosos deseos. Casi temblando mi mano paso el bordillo de su pequeña falda cuando… -¡¡¡Que calor!!! Dijo un gordo a mi lado, haciendo dudar mi mano a mitad de trayecto. Final y dulcemente alcancé lo que jamás pensé alcanzaría en ese caliente metro; mis dedos se adueñaron de su pequeña perla inflamada; pude apreciar su tersura, su humedad que sabe dios que me tentaba… ella giró la cabeza y me miro de soslayo a la cara, mi bulto estaba que reventaba entre sus nalgas, hasta que ya no pudimos hacer mas nada, cientos de descargas eléctricas estremecen mi espalda paralizada en un tortuoso clímax mi mano estaba mojada de su explosión febril y enajenada. Mi ropa interior y mi pantalón pedían penosamente que mi abrigo la tapara. La rodeé con mi otro brazo para evitar que se bajara, mi cara estaba tan cerca de su cuello, un perfume trastocado por su piel en la selva de su cabello. Pensé besarla pero ella giro pegada a mi cuerpo mirándome fijo a la cara y no dijimos nada, ni un gemido, ni una palabra ¡Que largo me miro a los ojos! No había porque decir nada, bajó la mirada y se quedó congelada en mis labios. Alguien tosió quebrando el silencio del momento y se abrieron al mismo tiempo todas las puertas tras el chirrido de unos frenos de metal, ella escapó sin un adiós, un te veré luego, un te amo … Vinieron muchas estaciones bajaron muchos viajantes vinieron muchas mañanas todas iguales a cualquier mañana antes de ésa. Ella no se despidió, no nos dijimos nada, en mi mente aún su cara estaba roja y alterada, tan roja como mi cara y no supe mas de ella ni siquiera supe en que estación se bajaba nunca supe su nombre ni tampoco, si volvería a amarla fue un encuentro fortuito de dos viajantes que compartieron anónimos unos minutos de sexo sin siquiera tocar una cama.