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Mamadera de Gallo

Roberto Gabriel Matamoros no pudo almorzar, se tumbó en la cama, sentía mil mariposas en su estomago y la cabeza le daba vueltas, no sabía que pensar ni que hacer, estaba malhumorado; sin embargo, se reía a carcajadas a la vez. En ese momento sólo estaba seguro de una cosa, lo suyo era la Medicina; su pasión, lo demás era pura y simple… mamadera de gallo.
Había vivido su niñez y pubertad en la pequeña población Caribena de Sevilla; lejos de la civilización, donde no había mucho que hacer aparte de estudiar y jugar al fútbol en las calles polvorientas y bajo temperaturas hasta de 40 Grados centígrados. Los adultos dedicaban su tiempo a trabajar en las plantaciones de banano, emborracharse el fin de semana e ir a las galleras y ganar o perder lo conseguido en la semana laboral. En sus años de juventud, nunca participó de forma activa en esta última diversión; era espectador ocasional, pero cuando asistía, escondido de su madre y padre, se divertía como un mono sin nunca apostar ni un céntimo. Cuando sus progenitores pasaron a mejor vida, su hermano mayor se convirtió en eje y pilar de la familia; decidió él, que un miembro de la familia debía ser profesional, y fue Gabriel el elegido sin mayores controversias. Todos los esfuerzos de los Matamoros se encaminaron para lograr este objetivo, y después de muchos sacrificios, se hizo Medico en la antigua Universidad de Cartagena.
En la mañana Cartagenera del 5 de Agosto de 1.963; soleada, ardiente y con un viento sofocante preñado del humor salino del Mar Caribe; Gabriel conversaba con sus compañeros de trabajo bajo la sombra y fresca de un viejo almendro. Orgulloso comentaba acerca de su última y preciada adquisición; un bravo y fino gallo de pelea, de figura esbelta y gallarda, plumaje de colores infernales, largas y filosas espuelas; que recordaban los ganchos de la muerte, ojos rebosantes de valor y un pico afilado y brillante; que había acabado con los sueños de muchos galleros y la vida de cuanto bípedo se enfrentó a él hasta esa mañana. Sobre su cabeza guerrera, la naturaleza le impuso una cresta roja como su sangre; la cual, le daba un aire de respeto e hidalguía. Tenía un pedigrí alucinante y prometía altas ganancias económicas en el próximo encuentro de cuerdas galleras de la costa Caribe.
Estefanía Valencia de Matamoros, a quién todos llamaban cariñosamente Tany, contrajo nupcias con el Doctor pocos años antes. Fue un noviazgo típico de esos tiempos; conservador, no de partido político, pero si de costumbres rancias; heredadas y aprendidas a la fuerza en América Latina, en tiempos de la colonización Española y sus abusos inquisidores.
Decidieron formar su familia en la ciudad de Cartagena. Tany, como muchas esposas sobre la faz de la tierra, llamaba a su amado de manera diferente a los demás; para ella él era Gabriel, los demás le llamaban Dr. Matamoros y sus amigos más cercanos, Roberto. Ella pronunciaba -Gabriel con un timbre musical cariñoso y decidido al mismo tiempo; que al escucharla, se percibía la admiración y el gran amor que sentía por él. Llamándole de esta manera; su subconsciente, domado por la fortuna del amor, le hacía sentir que ellos Vivian en un mundo aparte; tan lleno de afecto y respeto mutuo, que en algunos momentos sentía que sus vidas bordeaban los límites de lo subliminal. Muchas mujeres llaman a sus esposos -papi, chiqui, chichi, pochi y mil cosas más que suenan amorosas, pero frívolas y con poco carácter. Su hombre; su ángel amado, tenía igualmente un temperamento fuerte, líder, amigo de todos, y un corazón servicial y bondadoso; “Gabriel”, lo decía todo. Tany, quien además de ser una dama por excelencia; tenía una personalidad emprendedora, luchadora por el bienestar de los menos favorecidos, negociante, feminista en el sentido puro y correcto de la palabra, y una visión futurista; que parecía pertenecer a tiempos futuros y haber nacido en el continente equivocado.
Cartagena en aquellos tiempos era una pequeña ciudad que conservaba sus aires provincianos. En el barrio de la isla de La Manga, donde vivían Tany y Gabriel, todos se conocían entre sí hasta en sus más íntimos secretos. Todos sabían quien era el verdadero padre de fulanito de tal, menganito o perencejo; que negocios tenían las familias; que taras tenían desde sus ancestros; si hubo alguna mujer de conducta alegre u hombre de gustos y manierismos “delicados” - lo cual estigmatizaba a la familia persecula seculorum, y hacía difícil para ellos o ellas encontrar parejas; quienes eran “nuevos ricos”; quienes eran “los aparecidos” - los cuales eran familias que nadie sabía de dónde venían ni cuando llegaron y para colmo, se daban aires postizos de realeza; quienes eran familias “de bien”, pero lo más curioso es que nunca se escuchó decir que hubiesen familias “de mal”.
Tany y Gabriel luchaban por formar un futuro circundados por este circo lleno de chismes, que hacían el diario vivir más alegre, y ayudaban a sobrellevar la cotidianidad de una ciudad que apenas despertaba al desarrollo del siglo XX. El vecindario de La Manga fue nido de perecederas amistades de la pareja. En sus calles se construyeron verdaderas joyas arquitectónicas con estilos europeos y moriscos; las cuales, eran grandes mansiones de bellos jardines, árboles altos y viejos, y fuentes de agua refrescante. El árbol de mango era casi obligatorio en cada patio, iguanas por doquier. Las puertas permanecían abiertas y los patios no tenían paredes divisorias; el panadero Benedetti, con sus panochas rellenas de dulce de coco, era perseguido por todos los niños en su carreta azul celeste de tres ruedas; les conocía por sus apellidos, pero siempre les llamaba en diminutivo - Matamorito, Parejita, Berduguito, Angulito a quien no le gustaban las panochas de pollo - el vendedor de frutas igual, el de paletas; todos fiaban, todos con sus pregones auténticos; el vendedor de galletas griegas tenía un pregón conocido en toda la ciudad y a galillo tendido lo cantaba por donde pasaba.
-llegó el griego con sus griegas, ¿Es que no me oyen o es que no me ven? o ¿es que no me quieren ver?-
Eran las 12:00 del medio día, hora de almorzar para el Doctor Matamoros. Clodomiro, su chofer por más de 25 años; quien llegó a tener 21 hijos con diferentes empleadas domésticas de la familia de su jefe, le esperaba estacionado al frente de la oficina. Gabriel salió, vestía una camisa guayabera blanca y almidonada, pantalones blancos planchados a la perfección y zapatos blancos que parecían de marfil; en sus ojos y su andar se veía un entusiasmo desbordante, por lo que Clodomiro le preguntó coloquialmente
– Aja…que pasa Doctor? Parece que tiene un buen día-
A lo que Gabriel contestó.
– Es que compre un gallo de pelea que le va a dar por el coco a todos los gallos de Cartagena y la costa y agregó -vamos al mercado público del Arsenal; necesito comprar garbanzo molido, plátano maduro, huevos, pan y otras cosas para hacer una mezcla llena de fibras y vitaminas para el gallo-
Clodomiro, estacionó el jeep Land Rover en el Paseo de los Mártires; justo frente a el mercado, Gabriel cruzó la calle, caminaba entre un olor nauseabundo, el piso sucio, gatos y cerdos raquíticos escarbando basuras; moscas de todos los colores y tamaños, vendedores sudorosos transpirando olores personales; que siempre tenían una amplia sonrisa para sus clientes y la algarabía propia de este lugar horrible -que paradójicamente era pintoresco y alegre al mismo tiempo. Se acercó a saludar a su amigo Árabe José Ragheb; propietario de la cacharrería Miryam, donde se vendía hasta lo imposible de conseguir. El señor Ragheb; Sirio de nacimiento, caballero y buen amigo, era parte de los inmigrantes Árabes que llegaron al país en los primeros decenios del siglo XX. Era un “turco”, por alguna razón en Cartagena todo aquel que era árabe se le llamaba “turco” aunque viniese de Líbano, Siria o cualquier otro país moro y no precisamente de Turquía. Brindaron por el galliforme con un trago de whisky seco, luego fue al granero de su amigo Rafita, y compro allí los alimentos que necesitaba para la mezcla.
Mientras regresaba al automóvil, pensaba en el nombre que le pondría a el gallo: -¿el avispón? ¿El matachín? ¿Centella? ¿Alma negra? ¿El verdugo? ¿El Matamoros? - ¡Este último era perfecto! Pues hacía honor a su apellido; El Matamoros ese será su nombre de ahora en adelante, pensó decidido. Saliendo del mercado compró un frío jugo de Borojó para ayudarse a pasar ese trago hirviente de whisky que acababa de tomar en un calor de 38 grados centígrados a la sombra; típica temperatura de esa ciudad caribeña en el mes de Agosto.
Partieron con rumbo a la casa del Doctor, al Callejón Román. Al llegar a la esquina del callejón tuvieron que detenerse, pues el Loco Alejo; quien era un enfermo mental que estaba convencido de ser hijo del planeta Júpiter, estaba parado como una estatua en medio de la calle; había que esperar, pues si alguien se le acercaba de manera abrupta sería peor, no lo movería ni un rayo. Alejo miró hacia el norte, luego a el cielo, escupió dos veces a cada lado y se quedó extasiado mirando el azul celestial como buscando a su padre Júpiter. Gabriel se bajó del automóvil, se acercó cautelosamente a Alejo y le dio unos centavos; por lo que este, en señal de agradecimiento cantó en voz baja
-pobre pobre pomares... pomares pobre-
Luego cantó -Caminito y pronto decidió seguir su marcha; mirando ahora hacia el suelo, encorvado, lento y cambiando de acera en cada esquina. Fue entonces cuando Gabriel y Clodomiro pudieron también continuar su camino.
Entró a la casa, colocó los alimentos de El Matamoros en la despensa. Tany y sus hijos le esperaban para almorzar, pues era costumbre de la familia estar siempre juntos en la mesa. Se sentó, tenía mucha hambre. A su diestra estaba sentada su amada esposa, luego su hija mayor Aleida; con sus cachetes grandes y un libro siempre a su lado, leer era su pasión. Joselín el primogénito, sentado al extremo sur de la mesa y frente a su padre, siempre despierto y con preguntas galenicas; parecía que seguiría los pasos de su padre, sus amigos le molestaban cantándole
-Joselin cara de balín toma leche con pudín-.
A su izquierda estaban Rosa y Victoria, ellas debido a su baja estatura no podían tocar con sus piernas el suelo y las balanceaban alegremente por debajo de la mesa, eran apenas unas niñas. Gabriel no mencionó a el gallo, todos hablaban al mismo tiempo con alegría, se hacían bromas; había una dulce algarabía en la mesa que era una agradable melodía familiar, no parecía haber problemas de ninguna índole, excepto el calor que era sofocante, pero no importaba, la mesa estaba situada a la sombra de un frondoso árbol de coca que permitía una temperatura ideal.
Gabriel estaba feliz pues su familia era perfecta. Quería contarles sobre El Matamoros, el gran gallo de pelea, pero había que esperar el momento apropiado. La empleada domestica “Mayo” sirvió el almuerzo, se veía apetitoso, ella cocinaba todo cuanto le gustaba al Doctor; conocía sus gustos a la perfección, pues trabajaba con la familia desde hacía muchos años. Tany observó encantada la expresión de complacencia de su amado cuando este; cerrando los ojos a medias e inspirando hasta abrir su diafragma al máximo, se percataba del gran aroma de aquel manjar caribeño que tenía frente a si. Tomó una cucharada de aquella sopa y luego se dirigió a Mayo
– Oye Mayo esta sopa le levanta los ánimos hasta a un muerto y por cierto... ¿no llegó nada para mí esta mañana?-
La pregunta fue vaga a propósito; él esperaba que la respuesta fuera relacionada con la llegada del gallo y entonces empezaría su relato. El sabía que la adquisición del ave de pelea despertaría una gran excitación entre sus hijos. Mayo le respondió
– Si Doctor, esta mañana trajeron un pollo bonito, pero entre otras vainas bien arisco y resabiado-
¡Perfecto! Era la respuesta esperada, ahora empezaría a describir muy orgulloso el historial de El Matamoros, pero Mayo continuó diciendo.
– Doña Tany me preguntó si tenía algo preparado para el almuerzo y yo le dije que había un pollo amarrado en el patio, que se veía como bien alimentadito, uno que habían traído en la mañana, y ella me dijo que lo cocinara en una buena sopa que tanto le gusta a usted y bueno... allí lo tiene en el plato, eso fue todo lo que llego hoy-
Roberto Gabriel Matamoros se llevo ambas manos a la cabeza, a la altura de la sien, por un segundo tuvo una expresión de cólera, se puso de pie, respiró de manera profunda y relajo sus músculos faciales, se hizo un silencio total en la mesa, Mayo empezó a sudar, luego una pequeña sonrisa apareció en su cara y exclamó
– Carajo Mayo, cocinaste el gallo de pelea que estaba esperando y que me salió tan caro?…que sancocho más costoso…ahora si se jodió pindanga-
Una carcajada general de risas explotó al unísono. Todos terminaron de degustar su almuerzo menos Gabriel y éste fue su primer y único intento de ser gallero.

Texto agregado el 18-02-2005, y leído por 585 visitantes. (0 votos)


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