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LA LADRONA



Entré a estudiar la profesión que había hecho a mi familia una de las más importantes de Bogotá. Además, mi papá siempre me dijo que en la Facultad de Derecho se veían las viejas más lindas de la Universidad, listas para casarse luego de algunos años de coqueteo con cualquiera de sus compañeros, y así continuar con una vida perfecta dentro de la urna de cristal que garantizaba estabilidad y tolerancia. Los ideales de justicia social y patria desaparecían a medida que pasaban las lecciones magistrales y se tornaban detestables las preguntas en los exámenes orales con traje impecable y corbata bien anudada.

Sin embargo, antes de poder entrar a disfrutar de los beneficios de manejar los destinos del país, teníamos que prestar el famoso “Servicio Social”, y de este no podíamos escapar tan fácilmente como lo habíamos hecho de la milicia con la chequera de papá. Así pues, se bajaba a los infiernos para tener que llevar casos vulgares de gentecilla que no tenía ningún porvenir, y por el contrario colaboraba activamente con la primera plana de los diarios amarillistas que pululaban en el ambiente editorial.

Violadores, proxenetas, ladrones y estafadores de poca monta agrandaban la pila de expedientes que a principios del cuarto año de carrera nos entregaban a los alumnos, que finalmente teníamos mejores cosas en qué pensar como entrevistas de trabajo en grandes firmas de litigio, aseguradoras o si acaso entidades financieras. La miseria de la sociedad truncaba muchas veces grandes oportunidades laborales por el tiempo que teníamos que dedicarle a casos como el de Juliana Rodríguez, una historia que al principio desprecié y que luego cambiaría mi vida de una forma inesperada.

Los fríos pasillos de la cárcel para mujeres El Buen Pastor me recibieron con inclemencia. Me preguntaba, caminando sin muchas ganas hacia la sala de visitas, por qué diablos estas delincuentes no pensaban las consecuencias de sus actos antes de proceder, así evitándonos a nosotros, defensores ad honorem, múltiples cargas como no poder almorzar en el club con la espléndida Ángela o tener que pasear el carro por calles llenas de charcos que terminaban estropeando la pintura nueva. Mientras tanto, una que otra reclusa me picaba el ojo mientras repasaba sus labios con la lengua.

Esperando en el salón, noté que se acercaban lentamente una guardia con pinta de hombre y gestos de mal genio, con otra mujer que llevaba puesta una minifalda negra a pesar de la baja temperatura; era Juliana, mi cliente, de la cual pensé para mis adentros que estaba buena.

Revisando su expediente pude comprobar que se trataba de un caso de hurto calificado agravado, por cuanto esta mujercita no la tendría muy fácil con el juez; tal vez unos 5 años -creí yo- si confiesa de una vez por todas y nos dejamos de probables dramatismos de telenovela.

Sentada al otro lado del escenario, Juliana no parecía una delincuente perjudicial para la sociedad a pesar de su origen humilde, que se evidenciaba en unas manos esculpidas que seguramente habían trabajado toda la vida. La miré profundamente y fui claro;

-Buenas tardes Señorita Rodríguez, mi nombre es Santiago Márquez y me han encargado tomar su caso. Voy a ser directo para evitarnos malentendidos y ganar tiempo valioso para los dos. ¿Usted se robó ese lote de prendas íntimas?
-¿Usted qué cree?
-Aquí no importa qué es lo que yo creo, sino lo que usted pueda pertinentemente contarme. Mire, si quiere que sean justos con su situación, es mejor que me diga todo lo que sucedió y miramos a ver qué se puede hacer.

Juliana, un poco asustada por lo cortante de mis palabras, empezó su relato. Vivía con su mamá y la ausencia total de la figura paterna, aunque llenas de necesidades insatisfechas. Sostenía a su familia como empleada de un almacén de ropa íntima para mujer en Chapinero, la zona prolija de una industria que beneficiaba a las fantasías de la población masculina de Bogotá y la vanidad de sus respectivas. No ganaba mucho, pero le alcanzaba para comer y estar validando sus estudios interrumpidos por las circunstancias.

Estaba enamorada de un vividor llamado Ignacio que vivía de los negocios oscuros y de las estafas que de vez en cuando podía cuajar. El tipo nunca pensó en ella como alguien especial, e incluso muchas veces estuvo con prostitutas gracias al dinero que Juliana le prestaba, en una cuenta de mentiras que ya no tenía memoria. Ella daba la vida por él, y él se daba la gran vida gracias a ella.

Ignacio sabía que el dueño del almacén confiaba plenamente en su empleada, y le había entregado una llave en caso de que se extraviara la que él tenía. Consciente de eso, se aprovechó de la situación y sedujo la moral incorruptible de la niña, con la promesa de un romance puro y un matrimonio seguro, pidiéndole la llave para robar todo el lote de ropa y venderlo a muy bajo precio en los barrios del sur de la ciudad. Ganarían mucho y serían muy felices.

El día del asalto ella olvidó la llave en el almacén por estar pendiente de la llegada de la nueva colección de sostenes mágicos, lo que produjo la ira del macho aprovechado, y Juliana, en un acto desesperado, se coló al interior del almacén por una ventana que ella sabía estaba descompuesta. Con la llave en sus manos, llamó a Ignacio, quien se llevó toda la mercancía en un camión, mientras ella se quedaba en el almacén pensando en el futuro que le esperaba al lado del hombre que en ese mismo instante manejaba por las calles de Bogotá con el cargamento, y voló con su imaginación hasta el instante de la pasión. De este modo pensó en llevarse para ella un conjunto íntimo muy especial para arrancarle un suspiro a Ignacio. La mala suerte fue total, y alertada por un vecino que oyó los ruidos llegó la policía, encontrando a la idílica con la llave en sus manos y vistiendo solamente lo que pensaba usar para Ignacio en medio de la prueba de rigor.
-¿Y por qué hizo eso?
-Por amor Doctor, qué quiere que le diga, por amor.

Abandoné la cárcel prometiendo volver la siguiente semana, mientras algo muy raro empezaba a maquinarse en mi interior. Las visitas a la cárcel empezaron a volverse frecuentes, de la misma forma en que mi mente proyectaba la melancólica imagen de Juliana a todo momento. La excusa era preparar la audiencia en la que ella admitiría su responsabilidad en el asunto para que le concedieran rebaja de pena mediante una Sentencia Anticipada, pero en el fondo había mucho más; de la compasión por alguien menos favorecido mis sentimientos habían cambiado hacia la admiración profunda por la sinceridad de una mujer comprometida con su corazón.

Pero al final, había algo que me inquietaba, y que de pronto me producía un poco de celos; nunca, que yo recuerde dentro de mi vida sentimental, mujer alguna habría hecho por mí lo que ella hizo por aquel truhán hasta el punto de pagar una condena sólo por no querer desprestigiar al hombre que adoraba con ciega pasión. Nunca, aquellas privilegiadas con las que solía andar dejarían todas sus ventajas para escaparse a mi lado hacia la nada pero con tanto amor como para sobrevivir sin reparar en lo demás. Por eso es que empezaba a valorar a esta mujer de la forma en que lo merecía, y ahora lo único en que pensaba era en hacer la mejor defensa posible para que, luego de aceptar sus culpas, la condenaran al menor tiempo posible, e incluso estar junto a ella en su tránsito por la cárcel, para que no le faltara nada.

-¿Junto a ella?, mida sus palabras, porque me parece que se está enamorando de esa aparecida –dijo Felipe, un compañero de la Facultad al escuchar las últimas noticias-
-Yo no estoy enamorado, simplemente quiero hacer algo por esa pobre niña que no cuenta con nadie, si tenemos en cuenta que su mamá ni la visita por la vergüenza que tiene de que su hija sea una ladrona.

Un martes lluvioso partí hacia El Buen Pastor para mi última visita antes de la audiencia donde Juliana rendiría cuentas, de modo que antes de las dos de la tarde ya estaba haciendo fila para entrar. Al mirarla noté que algo importante me iba a decir por la desesperación con que sus ojos reflejaban mi rostro. Trató de sonreír y yo traté de devolverle la sonrisa, pero a ninguno de los dos se nos vio bien. El aire se hacía muy pesado gracias a la complicidad que se había formado entre los dos, de modo que lo único que restaba era que alguno se animara a hablar.

-Santiago, yo no puedo seguir aquí; necesito ayudar a mi mamá y además saldar cuentas con la vida.
-¿Y es sólo por eso que quiere fugarse Juliana?
-Bueno, a mí me gustaría seguirlo viendo, pero es que si yo me aparezco en su mundo...
-Mi mundo vale dos pesos; todo es apariencia, y si tan sólo se quedara conmigo, yo mandaría todo al carajo.
-¿Eso qué quiere decir?
-¡Juliana, creo que estoy empezando a sentir cosas por usted y no quiero perderla!
-Entonces me tiene que ayudar a salir de aquí, porque es la única forma de estar juntos.

La única posibilidad consistía en desaparecer antes de que se iniciara la famosa audiencia, aprovechando mi situación de defensor acreditado, para luego perdernos en cualquier rincón del mundo y empezar de nuevo. Estaba cansado de tanta hipocresía junta rodeándome, y Juliana era quien me podía brindar algo distinto, por lo menos alejarme de personas como Ángela o Felipe. Acordamos un plan y nos despedimos con un beso tímido mientras la guardia se dio vuelta para abrir la cerradura de la sala de visitas.

Por supuesto, aquella noche, luego de hacer la pantomima del ensayo para la audiencia, no pude dormir, y lo único que se posaba en mi mente era el recuerdo de los labios de aquella reclusa, que habían logrado que tomara la determinación de abandonarlo todo, incluido el hecho de haber vendido el carro, comprar documentos falsos para los dos, y tener listos pasajes para viajar a México con el propósito de iniciar una nueva vida.

A la mañana siguiente salí muy temprano de mi casa con algo de ropa, identificaciones de mentiras, los boletos de avión y suficiente dinero como para vivir unos meses sin tener que trabajar. Llegué a la universidad para no despertar sospecha, y aunque recibí las clases de la mañana, el mundo era un conjunto de imágenes y sonidos borrosos que distaban de mi verdadero interés, el momento en que escaparía con Juliana, ella fugándose de la custodia, paradójicamente, por la ventana de un baño de los juzgados, de la misma manera en que había entrado al almacén para robar, y yo por la puerta principal para encontrarnos en la calle y tomar un taxi al aeropuerto.

A las dos de la tarde en punto jugaba nerviosamente con las llaves de mi casa mientras esperaba la llegada del vehículo de la cárcel que traía a la reclusa con la que iba a fugarme. Cuando la vi aparecer al fondo del corredor, con su mirada perdida en el piso brillante de los juzgados mientras yo me ponía de pie con un movimiento torpe causado por la ansiedad de que las cosas salieran bien. Apenas pudo verme y sonreír a medias.

Habíamos predispuesto unas nauseas súbitas para que de esa forma pudiéramos explicar la ida al baño de Juliana, de modo que cuando se puso en marcha el teatro, la guardia que llevaba a Juliana apenas pudo reaccionar. La idea era que inmediatamente yo me escabullera para encontrarnos en la parte trasera del edificio y salir disparados a la libertad definitiva. Por supuesto no reparé en lo que podía pensar la gente al verme como un loco bajando escaleras, y a medida que me acercaba a la puerta empezaba a verlo todo muy claro, y peligrosamente fácil.


Paso veloz por el control de seguridad, aunque sin demostrar alerta porque de lo contrario no me dejan salir... tranquilo, usted sabe que tantos años de hipocresía con la familia sirven para algo y nadie se va a dar cuenta. Listo, ahora a correr hacia la esquina y vuelta a la derecha sin perder tiempo, seguro que Juliana ya está saliendo, aunque hay que ver si toca ayudarla a bajar. Ya está, la veo de lejos haciéndome señas, entonces eso quiere decir que debemos parar un taxi inmediatamente; ¡todo está bien, no hay nada de qué preocuparse, y vamos a ser muy felices!. Pero un momento... ¿quién es ese tipo que está con ella? ¡Acaso ya había sido capturada en su intento de escapatoria y estaban esperando por su cómplice!

Estaba muy equivocado. Dos manos curtidas rodeaban la cintura de Juliana, pero estaban listas para atacarme al momento en que, con ira infinita e indignación inminente reaccionara frente a la cruda verdad; todo había sido un montaje por parte de la ladrona para poder escapar con su verdadero cómplice, Ignacio, con quien habían planeado durante meses el robo al almacén, y que luego de ver frustrado sus planes le había insinuado seducir al idiota de su defensor para luego poder usarlo en una fuga segura.

Apenas pude acercarme a ellos mientras me inmovilizaban para quitarme los documentos falsos así como los boletos de avión. Miré sin entender a los ojos de la que me amenazaba con un revolver que por arte de magia había aparecido; lo que vino a continuación confirmaría todo el macabro montaje:

-Juliana, ¿qué significa esto?
-¿Ustéd qué cree iluso? Es que definitivamente los de su clase además de tener plata son ingenuos. ¿De verdad se creyó eso de que era inocente y quería largarme para siempre a su lado?
-Entonces siempre estuviste con este idiota, maquinando esta vaina, sin que te importara lo que me iba a pasar a mí...
-Por fin empezamos a pensar... pues si Santiago, así es la vida y ahora usted pierde y nosotros ganamos. Más bien no oponga resistencia si no quiere tener más problemas de los que ya tiene, y bueno, gracias por la confianza, le aseguro que por lo menos feliz si voy a ser. Y la próxima vez no sea tan pendejo, ¿si?

Miré a Ignacio y me regaló una sonrisa que interpreté como de burla frente a la estafa más fácil de su vida delictiva. Sin duda había caído redondo, y muy pronto escaparían rumbo al aeropuerto para nunca más volver por estos dominios. Mientras tanto, varios oficiales ya venían hacia mí, con el firme propósito de descargar su impotencia, al ser responsables de una fuga, en mi humanidad paralizada por los que ya no estaban.

A medida que recibía los primeros golpes de unos cuantos bolillos que se me hicieron cientos, pensaba en que definitivamente aquella mujer era una ladrona. Empieza a brotar sangre de la frente a borbotones. Aquí el objeto del delito no había sido un lote de ropa interior que quien sabe a cuantas mujeres habrá beneficiado por sus bajos precios. Aquí el centro del engaño no había sido embaucar a un burgués que se creía redentor de los menos favorecidos. No, aquí el objeto del delito había sido mi corazón, porque a pesar del dolor en mi cuerpo y la desolación en mi alma, seguía pensando en ella. Se lo había robado desde el principio.



Texto agregado el 21-02-2005, y leído por 182 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-02-2005 Buen texto peinpot
21-02-2005 Buen texto peinpot
21-02-2005 muy buen cuento, felicidades. giegio
21-02-2005 me gustó... se disfruta, buen texto, con palabras sencillas pero precisas. escolastica
 
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