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Mi Habana en la Memoria, por Raul Rivero

Yo amo esta ciudad porque puede ser intima, tiene nombre de mujer y esta frente al mar. La amo y no me importa su arquitectura (que es musica congelada), ni los arboles que la hacen ingenua y rural. La quiero por sus ambitos complices, esos sitios donde he hallado el amor y la amistad, donde he sido feliz y he estado triste. La Habana es un lugar que me robo. Una parte de Cuba que me ha hecho, en el extranjero, entrar en un bar y decir que extrano a la isla toda.
Son unos planos generales de unas calles y unos edificios, planos americanos, unas ventanas y miles de close-ups a camas, habitaciones, jardines interiores y parterres, azoteas y patios con limoneros y geranios que uno tiene en su memoria para vivir. La Habana fue un destino al que yo me queria someter. De nino, en la provincia donde naci, era solo un lugar importante de la vida cubana. Era una referencia, una imagen borrosa en las descripciones de amigos y parientes que volvian deslumbrados al pequeno pueblo con esta frase siempre con remate: "Que cosa mas grande, caballeros!"
Lo mas importante de los bares de La Habana no es el surtido de bebidas, ni la categoria del inmueble, ni el rango de la barra. Es el fragor interno, un rumor de confidencias y complicidades, un codigo que funda el barman y al que ingresa la musica como un lejano ingrediente basico.
En los bares de El Conejito, La Roca, Las Canitas, La Cibeles, el Two Brothers, El Patio y El Carmelo se han librado las mas grandes batallas de los cubanos; se han hecho conmovedoras y espectaculares conquistas amorosas; se han fabricado los suenos mas deslumbrantes, se han llorado rios de lagrimas y se han revelado los mas augustos secretos de la vida, solo con el sustento de unos gramos de alcohol. Los bares de esta ciudad son santuarios y catedrales y sus dependientes, una tropa renovada de filosofos, con una tradicion que los convierte de un minuto a otro, segun el cliente que tenga delante, en un cura, un medico, un mago, un nino, un padre o un adivino.
Tengo un amigo que estuvo en Africa en una campana militar hacia los anos 80. Cuando regreso, le preguntaron -con una propuesta patriotica- que era lo que echaba de menos fuera de Cuba. El bar Detroit, dijo sin pensarlo mucho. Un bar puede tambien ser un simbolo de la patria.
La vida de los hombres, de los hombres normales, digo, empiezan y terminan en los parques. He visto durante 30 anos a varias generaciones de cubanos en los estaticos caballitos del Jalisco Park. Alla, en un bote azul, hizo su primera travesura mi hija Cristina, que me saludaba desde cubierta, como si el metro que la separaba de mi fuera a agrandarse de un momento a otro.
En el barquito verde viajo Maria Karla por no se cuantos paises que sus 5 anos dibujaban en el cielo de El Vedado y, desde ese mismo bote, me dice adios ahora Jenny, llena de emocion ante la aventura de dar la vuelta al estanque de agua. El parque Victor Hugo, con su glorieta de eco, donde iba yo de joven a decir Maria, para que la boveda me respondiera muchas veces Mariaaa, Mariaaa, Mariaaa. El parque Trillo, en pleno Cayo Hueso, donde los viejos mas pobres de La Habana van a solearse de dia y en las noches se puede hallar ahi de todo lo que esta prohibido.
Ah!, los parques de barrio con su aire municipal y el Parque Central, donde se debate de beisbol dia y noche y los ninos de los otros parques pueblan los bancos para hablar del pasado y esperar la muerte.
Yo tengo la secreta esperanza de ir a esperarla al Victor Hugo, no porque tiene nombre de escritor, sino porque para mi es el mas hermoso de la ciudad: esplendido, verde y sombreado, siempre con ninos y enamorados y alguien en la glorieta diciendo disimuladamente el nombre de una muchacha.
Los domingos, La Habana se despierta tarde, como si tratara de evitar poner ante el espejo los rostros de los que pecaron la noche del sabado.
Se queda dormida hasta el filo del mediodia o se hace la dormida y la gente camina silenciosa y reconcentrada.
En las esquinas y en las puertas de los solares se van formando, como en camara lenta, grupos de hombres que matan el raton con una cerveza o un vaso de ron de la libreta de racionamiento. Malo y barato, pero pasable, productor de euforias y barretines, de ilusiones y candangas.
Es una ciudad con mala conciencia, culpable y recatada, santurrona y picara, que por la tarde pierde la verguenza y el pudor y se lanza al ruedo otra vez en la agonia del fin de semana.
Me gusta recordar esas mananas de domingo cuando yo acompanaba al poeta Nicolas Guillen en sus paseos por el barrio de San Isidro, un prostibulo de los primeros anos de la Republica, escenario frecuente de broncas sangrientas entre los gigolos franceses y criollos.
Nicolas recorria sus calles despaciosamente, como entregado a una ceremonia, mirando las casas donde sobreviven las ventanitas desde las cuales las mujeres convidaban al transeunte. Era un paseo sin banda sonora que se interrumpia frente al establecimiento en el que el poeta compraba un pan.
Con Eliseo Diego me daba unos paseos menos inocentes. La noche de los sabados a cenar con unas amigas jovenes y bellas y, desde luego, tontas. Si no, como nos habrian elegido a nosotros, dos viejos timidos que, ante cada gracia o gesto de nuestras acompanantes, deciamos casi a coro: La Habana, caramba, que ciudad mas noble!
Los escritores y los turistas tienen una extrana predileccion por los solares. Yo vivi en un solar de la calle Oquendo muchos anos (creo que demasiados) y no recuerdo a nadie de alla que no quisiera irse a vivir a un buen edificio y a una casa normal.
Es una vision folclorica y paternal que ignora el hacinamiento, la promiscuidad, el amontonamiento a que obligan los espacios cerrados y minimos.
La idea de la vida en colectivo es impuesta y el fragor y la impetuosidad de los fiestones y las rumbas estan dictadas por las ansias de vivir, por el caracter mismo de la gente y por la necesidad de compensar una existencia precaria, que hace sentir a uno como si viviera en una vitrina.
No me arrepiento de haber vivido alli y de compartir ese tiempo con cubanos de todos los colores y todos los pensamientos. Me place recordar las largas noches de ron casero, musica y amigos, cuando uno esta mas cerca de Dios y de los santos y puede tratar de tu a tu con Chango y Obatala y pedirle a Babalu Aye que le arregle las piernas a tu tio. Esa es una Habana que tengo pegada a mi memoria, que esta en mi experiencia con su resplandor de brasas, con una huella de armonia y con una piedra de dolor brunido.
Esta es hoy una ciudad abierta, sin grandes zonas de misterio, que da a veces la impresion de que sus habitantes se han marchado a otra parte y la abandonaron. Quedan reductos, sin embargo, donde la burocracia y la policia no han podido imponer su universo torvo.
Es mia para siempre la sustancia tangible del universo de sus casas de cita, algunas desaparecidas y convertidas por la inercia y la torpeza, en turbulentos conventillos. Pero por ahi quedan todavia esas habitaciones oscuras, un bombillo amarillento en el techo gris, el bano como un closet empotrado en un angulo, el olor a desinfectante y a humedad en la atmosfera densa.
Son las posadas de La Habana, una institucion en bancarrota. Sitios para el placer, para el goce fisico, porque el amor mora en otros mundos. Habitaciones impersonales para un encuentro rapido de ofrenda a la animalia, con sus jabones ajenos y las toallas bajo sospecha, las sabanas falsas, lavadas con agua de chocolate, apenas unas cobijas para el pudor final.
Las posadas, con sus nombres candidos: El gallo y la paloma, Villa Candida, La campina (unos pajaros cantando en las ventanas), La mariposa y El venado y Eden abajo.
Las posadas, esos monumentos a la infidelidad y a la desesperacion, que Margarite Duras hubiera protegido. Con sus letreros brutales y los dibujos grabados con cuchillas en las paredes, de los que rescato este: "Aqui me acoste con Miriam y eso fue de pelicula".
Para mi, La Habana se ha hecho mucho mas pequena porque ha envejecido y se que un sitio -me lo dijo Cesar Vallejo- que ha sido visitado por un hombre ya nunca mas estara solo.
Ahora voy al malecon de noche, no a ver el mar, sino a que el mar nos vea y sepa que seguimos aqui. Voy a los parques y a los cines todavia desvencijados, pero no los miro como son ahora, recuerdo como eran y me imagino como seran.
Voy a la Habana Vieja renacida y a la que sigue en el olvido, para ver buena pintura y libros viejos y paso por Miramar y por la calle Linea y vuelvo a Centro Habana, a la calle Amargura, a Perseverancia y a Virtudes.
Amo esta ciudad que tiene, como todas, palacios y calabozos. Y la amo porque la conozco y porque, tanto en unos como en otros, me he sentado a la mesa.
Creo en La Habana y en su bondad de ciudad entregada y en la gente que la habita y la quiere y la protege. Creo en los sitios reconditos y abiertos de una ciudad donde la carne siente todas las urgencias terrenales y el espiritu tiene su hogar.

Octubre de 2000.

Texto agregado el 01-03-2005, y leído por 363 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
15-04-2010 no me gustan */222 carlospaz
13-02-2010 Me ha encantado el relato.. podrías colocar más cuentos.. soleparra
29-11-2006 maravilloso elagush
12-11-2006 Estuve en Cuba algunas veces y a pesar de las dificultades impuestas por el bestial bloqueo norteamericano que ningùn paìs acepta, han hecho en la isla algo que muchos otros paises latinoamericanos deberìan imitar. Cuidar la niñez, alimentar el cuerpo y el espìritu y proteger la ancianidad y el bien morir. Cuba es fuego, pasiòn y resistencia. Y habrà de mejorar aùn con las nuevas generaciones que lucharan por acentuar ese ejemplo continental. Leer sobre Cuba siempre es exponer un pensamiento. lucana
03-11-2006 ese amor siempre estara****** lagunita
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