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Nunca entenderá Martín porqué los domingos son aburridos, simplemente se trataba de competir por quién se levantaba más tarde, quién comía más facturas y quién adivinaba en menos tiempo las respuestas a las Claringrillas, pero luego nada, las demás gentes caminando sin rumbo, cansados, terminando o comenzando su domingo, pero de hacer algo, ni loco, qué vamo hacer, decía el viejo, y terminaban jugando al Scrabel ocho horas seguidas; visto de esa manera era tonto que nunca entendiera porqué los domingos eran domingos. Pero hubo un domingo diferente, de entrada se había levantado más temprano que el resto, bastante más temprano, cerca de las siete de la mañana, abrió los ojos por culpa del sol, que ese día en particular luchaba ferozmente por quemar sus retinas; eligió dos mediaslunas, un churro y respondió la Claringrilla completa en sólo una hora, mientras que el sol invitaba a dar un pequeño paseo, entonces eso hizo, y salió. Daré una vuelta manzana, se dijo pensativamente, pero al dar la primera sintió un profundo deseo de dar otra más, luego tuvo ganas de seguir pateando baldosas y continuó girando alrededor de la manzana, no se cansaba, al contrario, sentía que poco a poco rejuvenecía, de pronto salió Juanchi, un amigo de la infancia, que debía tener unos sesenta años, pero tenía diez nuevamente, con su antiguo pero ahora nuevo auto a rulemanes que pesaba como mil kilos por ese entonces, y con una leve seña lo invitó a hacer unas carreritas, y eso hicieron durante varias horas, sin preguntarse ninguno cómo era posible eso, que hayan vuelto a la niñez; y allá aparecía Javier, qué tipo ese, de chicos una noche habían llevado a cabo la unión de la amistad fundidos por la saliva, aunque al año siguiente tuvieran que separase por culpa de un trabajo de los padres en el extranjero; ahí estaba Javier con la número cinco en los pies, era medio petacón, pero jugaba al fútbol como nadie, y los tres corrieron atrás de la pelota lo que restaba del día, sin preguntarse cómo era posible que el tiempo haya ido para atrás, misteriosamente, tal vez haya sido las vueltas pensó, mientras intentaba pegarle a la pelota antes que Javier; olvidando que atrás dejaba a su mujer, a sus dos hijos, que pronto se levantarían, correrían por las facturas, maldiciendo la llegada del domingo, porque los domingos eran aburridos para todos, peleando luego por responder las Claringrillas, mientras la madre, su mujer, aprovechaba esos cinco, tal vez diez minutos de más de sueño permitido por ser domingo; ella se levantaría y pensaría que él fue a comprar alguna pavada, lo esperaría leyendo un Best seller de auto ayuda cerca de la ventana, para darle un beso medio enojado por no haber dejado una nota; sus dos hijos lucharían cuerpo a cuerpo por la búsqueda del Scrabell, y él no regresaría jamás, cómo hacerlo si Juanchi le prestaba de nuevo su carrito a rulemanes, encima el sol te invitaba a dar un paseo, y Javier tenía una pelota nueva, y cuando es nueva hay que cagarla a pelotazos se decían entre los tres, entonces la pobre pelota de cuero recibía hasta dos o tres pelotazos juntos.
Y llegaría el lunes, la mujer daría parte a la policía, los chicos dormirían en lo de los abuelos, es que la madre posiblemente sufriera un ataque de nervios, pero nada, nadie lo vio salir, nadie lo vio en ningún momento, y ella llorando, pidiendo a Dios un maldito milagro le preguntará si de veras existió; entonces buscará las fotos de su casamiento, seguro que allí estarán los dos, ella embarazada de tres meses, todavía no se le notaba la panza, aunque todos sabían que uno de los motivos por el que se casaban era ése, él vestiría un Smoking, alquilado por supuesto, para qué comprar uno si no lo volvería a usar, pensó; pero nunca encontraría tales fotos, se habrían borrado, esfumado, por eso tampoco encontraría el álbum.
La madre de Juanchi lo llamó desde lejos, como siempre gritando la vieja esa, no salía de la casa ni para sacar la basura, tenía algo así como fobia a la fobia en sí, a comer gritó, mirá que es domingo y viene la familia, apurate y lavate las manos, che, y juanchi corrió, perdiéndose en la esquina, mientras arrastraba como podía su carrito a rulemanes; por suerte todavía estaba Javier, qué tipo de fierro, esperaba hasta el último reto de la madre para abandonar a sus amigos, incluso fue él quién dio la cara aquella tarde que tocaron timbres de más, en el clásico ring raje, y del susto mataron a la vieja de la casa más vieja que ella, esa noche el funeral fue una fiesta para ellos, no entendían aún que la muerte era una posibilidad en la vida, pero Javier dio la cara por él y eso valía más que cuatro vidas, valía la figurita más difícil, la que nadie tenía, eso valía, pensó durante largo tiempo.

Pasaría una semana de espera, no aparecería, ni rastro alguno, entonces lo darían por muerto, pero cómo dar por muerto a una persona que nunca existió, aunque sus hijos así lo certifiquen, y ella los llamaría a lo de la abuela, nadie respondería, luego un contestador automático le diría que allí no vive nadie llamado Chernesky, sino los Gonzales, dejando caer el tubo del teléfono, mientras el terror continuaría invadiéndola, también habrá perdido a sus hijos, entonces tomaría la terrible decisión, se quitaría la vida, qué más puede hacer una mujer que un día se levanta y pierde un marido que nunca tuvo, y olvida dos hijos que tanto amó.

Y llegó el último grito de la madre de Javier, ese último grito que daba por terminado el día; a ponerse el pijama que mañana tenés colegio, un pis y a la cama, le dirá la madre; Chau Javier, dijo, mientras sus miradas soñadoras cruzaron el horizonte, allí donde el sol estaría en unas horas, porque ahora el sol invitaba a dar un paseo, entonces dio unas vueltas más a la manzana, cómo no hacerlo, si los domingos son domingos y la gente está como estúpida, no va ni viene de ningún lugar, sólo compra facturas, el diario y duerme hasta tarde, pero cuando el sol sale un domingo uno quiere dar unas vueltitas a la manzana. Y dio unas más.
La mujer sería noticia en la sección policiales, luego en los obituarios, y más tarde se convertiría en pasado, como lo era su marido y sus dos hijos; entonces él corrió lo más rápido que pudo, por lo menos intentaría cambiar algo de todo eso, pero quién le creería esa historia a un nene de diez años.
Entonces llegó a la casa y encontró a su padre leyendo el diario, mientras la hermana elegía el cañoncito de dulce de leche, no sin antes comentarle con sorna que ella ya había respondido todas las preguntas del Claringrilla.
Dejando el diario de lado su padre le preguntará dónde anduvo; dando unas vueltas, porqué pa, qué sé yo, hoy es domingo viste, no hay nada para hacer; pero ninguno de ellos leerá sobre la muerte de una mujer en la sección policiales, tampoco en los obituarios.
Vamos a dar una vuelta hasta que mami se levante, dijo el padre, miren cómo está el sol, y salieron a dar unas vueltas a la manzana.

Texto agregado el 30-07-2003, y leído por 323 visitantes. (0 votos)


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