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Don Baltazar era un pesquero para doce tripulantes, con quilla de guayacán y casco de laurel. Cargaba una buena red de trescientas brazas, con excelentes flotadores y argollas de bronce. Tenía también un motor de veinticinco caballos, con poco uso; estaba calafateado según las buenas costumbres y los muchachos que lo tripulaban descubrían los cardúmenes a la distancia de un tiro de carabina.

Todo hacía suponer que Don Baltazar era uno de los barcos seguros, capaz de recoger pesca hasta en los charcos, si llegaba el caso.
Pero no. Don Baltazar era un pesquero "salao"

Nunca pudo hacer una faena como la gente. Si no era una cosa era otra. A veces el divisador gritaba:

- ¡Mancha a estribor!

Todos ocupaban sus puestos. El capitán daba un rodeo, toreando al cardúmen y en seguida ordenaba lanzar la red.

Ya sabrán ustedes que por esrtas aguas del Golfo de Guayaquil y más al norte, los barcos pesqueros no muy grandes, de los que llaman artesanales, lanzan la red formando un círculo que finalmente cierran, atrapando el cardúmen. Esta es la pesca de cerco.

Pues bien, cuando los muchachos del Baltazar estaban a punto de cerrar el cerco, se daban cuenta de que la red no alcanzaba o sucedía también que se les atascaba una argolla.

Ramón Chávez, que navegaba en el Baltazar, decía que el barco estaba "ojiao", y para confirmarlo contaba que una vez a él mismo le tocó tirar la red para encerrar una mancha grandotota. Toda la gente a bordo estaba más que contenta, empezando a subir la red hirviente de pescado, cuando en el último momento, ya para recoger la carga, se cortó el cabo y toda esa bondad fue a parar de nuevo al agua.

Después de cada jornada, cuando las pangas, una tras otra, devolvían las tripulaciones a la playa, era fácil saber cuales venían del Baltazar. Se los identificaba por el gesto avinagrado y porque escupían cada vez que alguien les preguntaba sobre la pesca.
Los muchachos renegaban de todo y por todo.
Muchas veces culparon al capitán por la mala pata del barco.

Se sabe que cuando las cosas no salen como se espera, la gente busca culpables y siempre los encuentra.

Unos decían que el capitán lo había "salao" de pura avaricia, cierta vez que salió a pescar para el día de San Pedro. Otros decían que entre los armadores del barco había un tipo con muertos en la conciencia, por eso la maldición.

Ramón Chávez dice que él se fue de la tripulación cuando se dio cuenta que la madera del casco había sido cortada en luna nueva, porque la broma y la polilla se la estaban comiendo a toda carrera.

Gioconda, la vieja curandera del puerto, está segura de que a ese barco los envidiosos le tiraron tierra del cementerio.
Como quiera que haya sido, tuvieron que vender a Don Baltazar.

Nadie sabe hasta cuando pudo durar esta discordia, de no ser porque el pueblo se dio cuenta que don Baltazar estaba salando la caleta.
Los otros barcos empezaron a tener pequeños accidentes, lances mal hechos, argollas atascadas...

"La caleta está salá", fue el rumor que comenzó a levantarse como el aguaje.

El rumor subió hasta convertirse en una certeza, y en ese punto la sociedad propietaria del pesquero, formada por tres vecinos, fue obligada a venderlo. Así es la ley. Del mismo modo que cuando una embarcación cae en desgracia las otras están obligadas a prestarle auxilio, una embarcación debe sacrificarse cuando está en peligro la mayoría.

Después que fue vendido Don Baltazar, los muchachos de su tripulación se desperdigaron por las cubiertas de otros pesqueros y todos reacomodaron sus vidas.

Polibio López, alias Mantarraya, buzo de profesión dice que vio a Don Baltazar en Machala, pescando que era un comntento. Nadie es profeta en su tierra, repite Mantarraya, que siempre está enterado de lo que publican los periódicos.

Sin embargo, otros cuentan a media voz que Don Baltazar fue nuevamente vendido y cayó en manos de los contrabandistas, pero que no duró mucho debido a que seguía irremediablemente "salao".

Cierta noche navegaba sin fanales llevando una carga ilegal. Al doblar una punta fue sorprendido por los guardacostas y en la huida se fue a pique.

Así dicen que terminó sus días don Baltazar. Po lo menos es la versión que cuenta la mayoría.

Santos Toro, machetero entendido en "ojo", asegura que Don Baltazar estaba "ojiao" de cuando se les ocurrió colgarle tanto adorno, como si fuera una torta·
La gente de puro cuiriosa se puso a mirar el barco tarde, mañana y noche, hasta que lo fregaron. Algunos por alabar, otros por envidiar.
Como ne se dieron cuenta a tiempo el "ojo" se secó, lo que quiere decir que le llegó hasta los güesos, en este caso, hasta las cuadernas. Lo único que se podía haber hecho en este caso era quebrarle en el casco una botella de aguardiente, revuelta con ruda, yerbabuena y yerba del espanto, que es contra "el ojo". Pero ya no tiene caso.

En fin, las historias que se cuentan en las caletas cuando hay luna llena y no salen a pescar, son infinitas y todas ciertas.

Texto agregado el 07-03-2005, y leído por 157 visitantes. (0 votos)


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