Detrás de las sombras ella sonríe y vuelve a huir. Él se sentó
cansado con los pies que le sangraban, tenía incrustados pedazos de ramas que
había en el suelo, hojas y algunas piedras que había pisado. Y en ese
momento me pareció verlo llorar. No pude decirle nada, ni si quiera
advertirle el peligro que corria.
A esta hora todo se volvía silencioso y calmado, incluso a mí,
podía producirme eso que llamaban miedo. Lo ví temblar, no sé si de frío o
de miedo, llevaba el torso desnudo, le rechinaban los dientes y el sonido
producido se repetía mil veces entre los arboles. Dentro de poco ella
volvería, con ese vestido de novia razgado y con ese su pelo negro.
La luna iluminaba el claro que dejaba ver la magnitud de las
heridas de aquel pobre forastero. Me había vuelto experto en saber la hora
con extacitud: había aprendido a contar.
Por fin él se desvanece bajo un árbol y ella desde lejos lanza un
grito aterrador, agudo y macabro, corrió a su encuentro y cuando se
disponía a comerselo, él abrió los ojos, brillantes como la luna y después
de matarla, manchado por sus entrañas y lo que se podía reconcer de su
cuerpo, invadido por su naturaleza me miró de frente, por un momento no
supe que hacer, mis plumas se ecrisparon mientras se acercaba a paso
apresurado, finalmente, extendí mis alas y logré escapar.