Todos los medios han conseguido conmovernos con el despliegue masivo, audiovisual e impreso, de la horrenda tragedia del maremoto que arrasó con la vida de, quizás, doscientos mil seres humanos. Indonesia, Sri Lanka, etc. Las consecuencias últimas, a corto y mediano plazo, de esta fatalidad son imprevisibles. Los costos en vidas y bienes nunca podrán ser determinados, así se lo propusieran todas las ciencias exactas. La humanidad, consternada, perpleja pero ávida de información continúa mirando a sus televisores, oyendo la radio y leyendo la prensa como un rito de solidaridad con la masa de hombres y mujeres y niños barridos de la vida por ese ciego y formidable e insensible poder de la naturaleza. Los voceros de siempre, a los que siempre se les pide su opinión sobre las vidas y muertes de los demás ya declararon y sentenciaron, y más o menos, todos dijeron lo mismo: esta es la mayor tragedia del mundo registrada hasta ahora. Nosotros desde esta humilde hoja los desmentimos por mentirosos y falaces. La mayor tragedia del mundo es la producida continua y sistemáticamente por el orden establecido a punta de bayoneta desde los grandes centros de poder mundial. El hambre que ahoga a millones de seres humanos es una ola que arranca en Washington, o en Londres, en Paris o Berlín. Es un crimen calculado en dólares o euros. Es un crimen masivo y se mide en ganancias y pérdidas. Muchas veces los cálculos financieros no funcionan en la práctica con la misma fluidez que en el papel y es entonces cuando cambian sus calculadoras por bombas. Esto es lo que hace, en este momento, el gobierno de Bush y sus aliados en Irak y Afganistán. Informaciones muy recientes sitúan en mucho más de cien mil los asesinados, solo en Irak. La Gran Ola, el tsunami, en esta oportunidad son los bombardeos y metrallas con uranio empobrecido del ejército imperial norteamericano. Mientras lo más dramático de la fatalidad acaecida en el sudeste asiático es la sorpresa, lo inesperado para la victima de esa fuerza que lo aplasta, para el pueblo iraquí resulta el terror que se avecina cada día y cada noche, cada instante. Rugido de aviones y tanques que se anuncian como portadores de muerte. Desaguadores de sangre y mierda como describiera James Petras a esta agresión de una potencia imperial contra un pueblo pobre e indefenso. Un proverbio español dice que a los pobres les paren las mujeres y a los ricos, las vacas. Eso mismo sucede con los grandes acontecimientos, las potencias los aprovechan, con todos los medios alineados a su favor, mientras los más pobres lo padecen, y la tragedia del Asia no es la excepción. Mientras el mundo contempla el dolor en esa parte del mundo, ellos masacran, impunemente, al pueblo de Irak.

José Lagardera
Coro-Venezuela