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Tracata. Tracata. La silla de ruedas se desliza lentamente por el suelo empedrado. La catedral de Santo Tomás, con cuatro torres espigadas escoltando el campanario mayor, cobija con su sombra el cuerpo pigmeo de Jesús. Sin fuerzas, se apoya en el respaldo o simplemente se deja caer. Se tiende sobre el asiento como una ballena varada en el mar, sintiendo el ajetreo de las olas, incapaz de reaccionar. Sólo su mano derecha se agita, en guardia, esperando. Acurrucado e indefenso, con la piel pétrea y albina pegada sobre sus huesos, unos polluelos de cigüeña le observan desde la torre mayor: “Mírate. Estás como nosotros, mísero ser dependiente”.
Una de las ruedas se queda atravesada entre dos piedras y los cuatro comienzan a empujar para liberarle. Alentados por la mano incesante, toman un pico y cavan. No cargarán su cuerpo. No sin conocer a dónde deben ir. Pero tampoco le dejarán estancado en medio de aquel desierto de ingravidez. Más allá de él no hay nada.
Las pupilas de Jesús se consumen despacio, cada vez más rodeadas por los vasos sanguíneos hinchados, al borde de la explosión. El rojo atenaza su mirada, pero el iris del tamaño de una mota de polvo aún le permite ver. Con el cuello reclinado e inerte, todo su mundo se aparece oblicuo, derramándose hacia el universo junto a otra basura espacial.
Ahí está la catedral que tanto tardó en construir. Junto a ella, el perro con plumas y escamas bucea en la fuente. El agua continúa brotando parda y aún humea el sabor del último niño que devoró. El olor se desplaza hasta su nariz gracias al viento del sur, suave y hercúleo, bochornoso y helado, rápido y perezoso. Depende del día. De lo que le apetezca.
Los cuatro picos golpean sin éxito el suelo mientras el sol le consume. La sed le invade y ahora se arrepiente de no haber pensado nunca en una camarera de terraza. Una camarera de muslos tersos, tez morena y rizos gruesos y esponjosos. Una camarera de sonrisa calcificada viniendo hacia él con una bebida refrescante sabor a buñuelos con nata. “¿Por qué no lo pensé antes?”.
Y ahí estaban ellos. Golpeando y golpeando. “Pobres. Ojalá no sea está la tierra que esconde en sus entrañas el ser bermejo. No me gustaría ver como absorbe su juventud hasta dejarles en la decrepitud”.
Lo soñó porque ella ya no calentaba el otro lado de la cama. Las hojas mecanografiadas se acumulaban por toda la casa formando un montón de inconsciencia. Sumergida sin quererlo en el cuarto desasosiego embrionario, Lourdes no soportó el último arranque de histeria creativa: “Eso es. Muy bien. Menudo espectáculo, Jesús. Que tu hijo vea como te comes ese montón de folios sin sentido. Eres un maldito esclavo de la nada”. Recogió sus cosas y cerró la puerta. Jesús imaginó entonces el escuálido bicho rojo corriendo tras de ella. Atrapándole por las piernas y chupándole el dedo gordo del pie hasta que las arrugas se apropiaran de su rostro y la dejaran consumida en el suelo, como una anciana pasa caída del árbol. “¡Ja! A ver como empujas ahora el carrito de José. ¡Arpía!”. Corrió hasta la ventana saltando historias inconclusas y le tiró con furia un jarrón cuando el niño estaba a resguardo en su sillita. Con la tierra sobre el maletero el coche arrancó. Y otra ola más le rozó, arrancándole la última aleta de fertilidad.
Pom. Pom. Siguen cavando. Entre el sudor y la melancolía, los cuatro, atemorizados, le inyectan moral y fuerzas. “La necesidad crea una compasión que el amor no entiende”.
Les ve alejarse por última vez pero no se despide. “¿A dónde van a ir sin mí? ¿Y qué seré yo sin ellos?”. Sin sus entrañas no habría sobrevivido. No tanto tiempo. De Juan había tomado un riñón que licuaba martirios y los trasformaba en dulzura. Como cuando dio la vida por el bebé abandonado en un canasto en el río Óbito. Eso bien merecía la resurrección. La mano izquierda se la arrancó a Lucas. Después de haber conducido a aquel rebaño de novillos terrosos por la ruta de la seda no había piel con más experiencia. Mateo le donó sus labios. Sus noches en vela en el harén de Boabdil habían hecho más livianas las sábanas frías y los besos robados a moras voluptuosas le habían devuelto la masculinidad.
“Y tú, Marcos. Mi joven Marcos. Me trasplantaron tu corazón y yo te di mi rencor. Lo siento. Lamento haber volcado en ti mi amargura. Hace días que me arrepentí. Lo siento. Mira mi mano. Créeme. Se mueve. Quiere escribirte enamorado y compasivo. Y no puede. ¿Crees que no te he visto? Ayer cogiste tres piedras y dos las anclaste en mi camino. Ahora has convencido a los demás para que vayan al manantial de leche azucarada que imaginé en medio del calvario, para que gocen eternamente. Me tienes sólo e indefenso, con la otra piedra pesando en tu bolsillo. No te culpo. Yo te hice así. Es lo que quieres. Es lo que te hice querer desde que José se marchó en su silla. Te he dado la misión más importante y el castigo más grande. Hazlo”.
Marcos le odio como jamás había odiado a ninguna de sus víctimas. Le miró a los ojos y en las venas oculares recordó los charcos de sangre que había dejado tras de sí. No le importaba uno más pero él... La mano de Jesús se movió de izquierda a derecha, más y más deprisa, más y más intensa. Y el torso de Marcos comenzó a agitarse. Una fuerza sobrenatural invadió su brazo, volcó su mirada en la nuca inclinada y arrojó la ira.
El cordón umbilical seguía caliente pero el ciclo de vida cambió de sentido. La sangre escapó entre las dos piedras. El viento cesó y se dejó de oler a niño devorado. En la última gota de sangre la ballena murió varada en la orilla. Mecida por las olas incesantes, su existencia resbaló hasta el universo humano junto al resto de basura espacial. Y Marcos, sin culpa, vivió eternamente, postergando la existencia de Jesús.

Texto agregado el 08-09-2006, y leído por 152 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
03-07-2007 no hace falta mada comprender esta todo bien dicho me gusto es muy interesante tu texto saludos***** neison
21-02-2007 bueno... ¿resucita otra vez?... porque nomás eso nos falta... En medio de tant aimagen rebuscada (alguna bien lograda, alguna no) la historia es lineal, derechita... Javier no necesita saber nada cerca del cristianismo para comprender esta clase de interprentación libre de -como el título dice- algunos versículos... inexistentes, jamás escritos, absurdos.... tuyos. La confusión es explícita más no implícita. Habría que dejar d epensar en lo posible y solamente naufragar por puro ejercicio en este charco gramático... o quién sabe. Aristidemo
12-09-2006 Muy interesante venicio
08-09-2006 uff..si hay por aki simbolismo cristiano tendras q iniciarme un poco porq estoy algo al margen de ese tipo de conocimientos. Sinceramente me pierdo entre las imágenes y el vuelo poético que desborda el cuento, no sé donde agarrarme, digamos q hay mucha información q, ademas, al ser presentada con prosa literaria, se hace poco clara. No me malinterpretes, todo depende de lo q qieras transmitir con este cuento, si pretendes establecer una atmosfera casi onirica esto es perfecto, porq las imagenes, los colores y los sentidos llevan al lector a un viaje de vuelo imaginativo. Pero me temo q si pretendes transmitir un tema, el texto se hace algo confuso. De nuevo necesitaré luz, jaja, me estas haciendo sentir muy estúpido ultimamente con tanta peticion de explicaciones. abrazo apeman
 
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