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Idoía.


I

-“Ve ojos en las paredes/ oye trenes surcar sus venas/ el cielo se derrite en sus
dedos/ atraviesa flores de dolor prohibido/ se agazapa en...”
-¡Córtala con eso! ¡Tienes los cables pelados!
-...Calle- digo. –Este lieder nació mientras despertaba esta mañana-. 8como si le importara). Evidentemente que no, y que ella no le importe para mí no tiene la menor trascendencia, es decir, no me importa. “...Y no me importa nada, ¡NADA!...” cantaba aquello la tía Melania, vieja era pero la radio, o la emisora, no era un museo, ja, ja, ja. ¿O je, je, je? Bueno, algo así se reía el Lalo de esta vieja de repertorio constantemente renovado. Como el pasado... Yo le contaba a Delia, mi prima, como en “1984” de Orwell, los fulanos renovaban el pasado, según el presente, cambiaban los periódicos, los discursos, los textos de historia, las revistas, ¡TODO!. Y ella abría asombrada sus ojos de morena provinciana, por ellos le decían “cara de guarisapo”... ¡Qué manera de tener ojos inmensos!... ¡Y de pescado!. Otra ocasión le contaba yo de un cuento de Cortázar... ¿cómo se llamaba? ... eh... ¡Axolótl! ¡Claro! Ese del tipo que se obsesiona mirando un ajolote en un acuario (Axolótl es el nombre científico) y termina convertido en ajolote. A Delia este cuento le daba miedo. A propósito de miedo, a mí me daba una especie de susto interior y de mirar y cuidarse las espaldas cada vez que leía un librito infantil que le pidieron leer a mi hermanita en el colegio. Hablaba de historias de brujas y de lo que le hacían a los niños. A mí me quitaba el sueño ése del niño ¿o la niña? ¡ah! Era niña, porque se llamaba Margaret, y una bruja que la odiaba (como a todos los niños) la metió un día en un cuadro que era el paisaje de una granja, (me acordé de “Rebelión en la granja”, qué genial historia) pero el caso es que la niña vive en el cuadro, y sus padres la ven un día asomada en una ventana, otro dando de comer a las aves, otro ordeñando una vaca, ¡qué sé yo! Y así Margaret va envejeciendo, hasta que muchos años después deja de verse en el cuadro y todos suponen que ha muerto. (Todavía me produce algo esto del cuadro). Pero de cuadros me encanta “Ofelia” de Millais, no sólo porque salga una muchacha pelirroja (Lalo no me creería esto), sino porque está ahogada en un río con la mirada ausente, el cabello y el vestido a la deriva...¡Qué bella es! Se supone que es la Ofelia de Hamlet ( la obra de ‘Chaquespeare’, como decía don Gumersindo) porque ella se suicida ahí por un atado del papá y etcétera. Es que no leí Hamlet, me dio flojera y no quería que se me borrara el goce estético de Ofelia en el río, ahogada y sin más contexto. ¡Uf! ¡Qué palabra más fría! ¡Con olor a morfema pasivo y a clase de trigonometría esférica! ¡Puag!
-“En esta puta ciudad/ todo se incendia se va/ matan a pobres corazones/ ¡ciudad de locos corazones!
-¿¡Cuándo te vas a aburrir de cantar porquerías!?
-Esta no es mía.
-Me da lo mismo.
-Es de Fito Páez.
-¿Y qué?
-¡Mira! ¡Se entró un paragoge a la cocina!
-¿Uno rojo?
-No, uno azulino. Iba gritando: ¡vorace! ¡vorace!
-No puede ser, los rojos gritan ¡vorace!, y los azulinos gritan: ¡veloce! ¡veloce!
-Pero mamá, este decía vorace...
-Quizá.
-¿No muerden?
-No, los paragoges comen vocales cuando uno las dice sueltas, por ejemplo, uno dice: ¡Aaaaaa! Y si hay un paragoge cerca y atento, bueno, y con buen humor, el paragoge remonta el vuelo con sus alas con forma de remo y pasa ¡zum! y se come la “a” (que es una vocal) y se corta tu grito instantáneamente.
-¿Y a los cantantes no les molestan los paragoges?
-No, hijo. Los cantantes se perfuman con esencia de “hache” entonces cuando ellos dicen: “¡Aaaaah!” a ellos les sale el grito con una hache al final y los paragoges no se los comen porque sienten el perfume y saben que las haches los indigestan por las noches.




II

-“Sólo le pido a Dios/ quel’ dolor no me sea indiferente/ que la reseca muerte no me encuentre/ vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.../ Sólo le pido a ...”
-¡Otra vez!
-¡Pero mamá! ¡Déjame cantar!
-No, mejor estudia espeleología.
-Es que Idoía no me deja...
-¿Idoía?
-Sí...
-¿Quién es Idoía?
-Una amiga.
-¿Cuándo la conociste?
-Anoche.
-¡Dónde?
-No sé bien. Yo estaba soñando que... que en el puente empezaban a salir cabezas de clavo, entonces yo me enojaba muchísimo, porque yo decía que no dejaban jugar a las damas porque las fichas estaban enojadas con los clavos (que siempre han sido unos arrogantes) y los despreciaban quedándose quietas y sin decir palabra...
-Y bien hacían las fichas.
-Eso decía yo en el sueño, porque los clavos salen a estorbar y pasean se envanecen de que andan en un pie y se ríen de las fichas para jugar damas porque ellas no tienen pies. Entonces yo me enojaba y el río, que siempre es tan justo y pillo en estos casos...
-Claro, como con las cucharas y los fósforos el otro día.
-Sí, como el río es tan ducho para solucionar estas cosas, metía toda su agua en el puente, que ahora era un río, entonces los clavos se avergonzaban y se lanzaban abajo, donde había un inmenso tablón resentido social que se comía todos los clavos y gritaba y eructaba horriblemente.
-Es que él es tan mal educado y grosero.
-...Y escupía a los clavos convertidos en tachuelas, entonces ellos huían y se escondían porque se sentían menoscabados como simples tachuelas.
-Les pasa por altaneros. Bueno, ¿y dónde conociste a Idoía?
-Espera un poquito, mamá. Luego de que se habían ido los clavos, el río, quiero decir, el puente estaba lleno de agua, entonces yo me ponía a andar en bicicleta en él y paseaba y paseaba, pero pronto mi bicicleta se aburrió, así que volvíamos a casa por el puente y un viento monzón, ¡tú sabes cómo son ellos! Me quitó mi sombrero y se lo llevó, entonces ahí apareció Idoía volando en un inmenso paragoge y ¡zum! le arrebató mi sombrero a ese ruin monzón y me lo devolvió y así nos conocimos.
-¡Qué hermoso! ¿Lo soñaste esta noche?
-Sí.
-Entonces, si la ves de nuevo otro día, bueno, quiero decir noche, o durante la siesta, dile que venga a tomar café con nosotros por la tarde.
-¿Y su paragoge? ¿Qué lo hacemos?
-Lo vamos a guardar por mientras en mi velador porque ahí tengo tres lobos y cuando aúllen, el paragoge se va a comer sus aullidos, que son en puras vocales, y nosotros conversaremos tranquilamente aprovechando el silencio de la casa.
-¿Pero su paragoge no se irá a perder dentro de tu velador, mamá?
-No, no te preocupes. Los paragoges nunca se pierden, y eso que viven en enormes diccionarios laberínticos y oscuros.
-Ah.
-Oye, ¿y por qué decías que Idoía no te deja estudiar espeleología? ¿No le gustan las cavernas?
-No, no es eso.
-¿Y entonces qué?
-Lo que sucede es que a los paragoges les gusta mucho andar cerca de ella, porque su nombre tiene al final tres vocales juntas y distintas, y eso es un bocado tan fino para un paragoge que llega a ser adictivo. Entonces siempre la siguen y se pelean por llevarla por el cielo a donde ella quiera.
-¿Y?
-Bueno, ella me dice que no estudie espeleología porque en las cavernas hay mucho eco, (ese viejo tan molesto) y entonces si yo estoy estudiando y digo algo, el eco, que es idiota, lo va a repetir a cada rato y muy fuerte, y puede dar la casualidad que ella vaya volando en un paragoge y él escuche el eco, entonces se va a desesperar y a encabritarse, y se irá como un rayo a la caverna lanzando a Idoía al vacío y ella podría morir. Y ese es un peligro que no voy a correr.
-Tienes toda la razón.



Alguna madrugada de mediados de 2003.


Texto agregado el 05-06-2004, y leído por 287 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-06-2004 Tuvo que haber sido la del 28 o 29 de agosto. Más o menos... ya no recuerdo a ciencia cierta. ¿Sabes? Me arrepiento de haber leído este texto antes que dieras cuenta pública de él. Sigue siendo igual de especial, porque creo que fue la primera cosa tuya que recuerdo haber leído sin que me atacara una sensación de querer destriparte. No me preguntes por qué: quizás sentía eso porque siempre leí en tus textos la ira de la que siempre me hablas, y eso suele chocarme. Cuando leí «Ausencia de espejos», era yo el que hablaba del desarraigo. Quizás todavía no sé de qué habla Idoía, pero seguiré intentando saberlo, siempre. Abrazos, telperos
 
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