TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / emaf / Cuentos para perder el tiempo: I

[C:559305]

Era otoño, como olvidar si lo único que me acompañaba eran las hojas en el suelo a mi alrededor. Hacía frío, llevaba conmigo nada más que un buzo y cigarros baratos, aquellos cigarros que conocían mis nostalgias y sufrimientos, esos que poseía en todo momento. No recuerdo la hora, pero si el lugar; una banca dentro de un parque, una banca de tonos marrones y clavos oxidados por el tiempo y la lluvia que caía con gran ímpetu. Sería difícil explicar que hacía allí sentado, haciendo nada pero a la vez haciendo todo, observando el instante, admirando el silencio que se veía interrumpido por el roce de mis zapatos con las hojas que apenas veía, la obscuridad consumía todo objeto a mi lado.
La vi llegar, desnuda, consigo traía un manto de luz que me cegó al apenas mirarla, quedé imposibilitado de fijar la vista en ella. Al pasar los minutos, fui perdiendo el sentido del tiempo, me perdí en su forma y color tan poco habitual. La veía pálida, callada y pensante, estaba claro que no estaba de humor para entablar una conversación, pero aun así hice el intento de despojarle un par de frases. Le ofrecí un cigarro, quizás así lograría romper la capa frívola y tensa que nos dividía, no respondió. Asumí que no le agradaba el humo, aquel humo que pasaba desapercibido entre la neblina de esa noche, una noche de incertidumbre, quizás la noche más fría que haya presenciado en mi corta pero ajetreada vida. No decía nada, me miraba impávida y melancólica, algo le generaba descontento. Por un minuto pensé que mi presencia le incomodaba, por lo que decidí partir. Pero al ponerme de pie vi como clavaba sus ojos en mí, como diciéndome que mi compañía no le desagradaba, por lo que decidí volver al calor de aquella banca tan fría. No entendía nada, no quería que me quedara, pero menos que me fuera. Tan incierta, tan ambiguas y subjetivas eran sus proposiciones, la tensión me estaba matando. Le pregunté que le pasaba, que sucedía detrás de esa luz que irradiaba, esa luz que era tan solo una máscara sonriente que escondía tanto dolor, nuevamente no conseguí respuesta.
Pasaron horas y horas en donde no hicimos más que mirarnos fijamente, sentía una extraña conexión con ella, la había sentido antes, el silencio dio paso al entendimiento de lo que pasaba. Divisé miedo, no ese miedo repentino, sino aquel miedo recurrente que habita en cada una de las personas. Bastó solo con mirarla para saber que estaba escapando, que su presencia en aquel instante no era más que un simple descanso en una vida de persecución. Me di cuenta como poco a poco fue tomando confianza, cada vez se desenvolvía más conmigo, y con esto, aumentaba más y más la potente luminosidad que poseía. Era una noche inolvidable, tal vez el mejor encuentro que un hombre podría tener, su compañía no hacía más que generar felicidad. Pero como toda cita, debía llegar a su fin. De un minuto a otro su cara cambio bruscamente, me dijo que debía partir, que estaba cerca. Pero, ¿quién querría atentar contra tanta belleza y tranquilidad? ¿Qué ser podría ser tan insensible como para no caer rendido ante ella? No cabía en mi cabeza respuesta alguna a esas preguntas, por lo menos hasta que apareció él. Él, vestido de colores cálidos y una actitud imponente, se sentía único y poseedor de la vida. Su presencia generó un muro entre ella y yo. La tensión estaba al límite, ya no había tiempo para huir, era demasiado tarde.
Éramos tan solo nosotros tres, siendo yo un miserable punto ante dos bestias gigantescas que peleaban a muerte. El ambiente se tornó violento, uno de ellos debía desaparecer, la angustia me consumía por dentro al verme allí sin poder hacer nada. Entre azotes y disparos de luz la vi caer, caer ante la magnitud de aquel ser prepotente y narcisista, aquel ser que la venía siguiendo durante la noche y que le dio muerte con tanta facilidad al llegar el día. Era testigo de un asesinato, un asesinato por poder. Y en ese instante, con el ya ubicado en su trono, mi madre me llamó a tomar desayuno.

El día que murió la Luna.
EMAF.

Texto agregado el 17-08-2015, y leído por 204 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
14-09-2015 Interesante y enigmático. Captura el interés del lector hasta la última palabra del cuento. Amalfitano
17-08-2015 Muy bueno, en la primer lectura no se aprecia, pero luego de la magnifica frase final, al releerlo, se paladea cada palabra. Felicitaciones, un abrazo. Carloscaro
17-08-2015 Un texto con mucho de onírico. Interesante! MujerDiosa
17-08-2015 Un sueño? Muy bien narrado. ***** pintorezco
17-08-2015 Me gustó. Como ya lo dijo Zepol. Un texto narrado con soltura. Saludos! TuNorte
Ver todos los comentarios...
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]