VII
LA FIESTA

Murmullos. El estampido de una silla que cae al piso. Las voces del coro se van apagando hasta quedar sólo una voz desafinada, grave, aislada. El grupo empieza a desintegrarse. Los hombres sacan sus pañuelos blancos, rojos, azules para secarse el sudor. Echan a un lado los instrumentos y comienzan a desaparecer. En el patio quedan unos cuantos cajones, dos o tres botellas vacías tiradas a un rincón. Una nube de insectos revolotea alrededor de la bombilla.


antes era distinto.
antes yo no estaba aquí, encerrado. Ellos habían dejado las discusiones. El de golpear a mi madre. Mi madre de andar muriéndose por los rincones. La abuela de pensar en el tío Abelardo... tan desgraciado
así era antes la casa.
todo vino con mi encierro. Un día, tres, una semana, un año antes de que Él me pusiera de penitencia.
tal vez casa siempre fue así: Él tuvo siempre esa fiebre, mi madre siempre anduvo muriéndose por los rincones y el tío Abelardo, como un rayo, matando a disgustos a la abuela.
pero es bonito pensar que uno siempre fue así. Que hubo un tiempo en que todo era distinto, sino voy a terminar loco. Por eso no voy a crecer. Me voy a quedar así: del tamaño de una hormiga.
ahora estoy creciendo hacia abajo buscando llegar al tamaño que tenían antes de cumplir los tres años que es la edad en que no recuerdo nada de ellos. De tres años para arriba sí. Después de los tres años me di cuenta que el barrio, la casa, ellos, siempre fueron los mismos. Las piezas regadas de un rompecabezas que yo armo y desarmo.


La gente empieza a salir de los rincones. Vienen de la calle o desde el fondo de la casa, salen al pasillo, tratando de llegar al comedor.
-¿Ya va a empezar?
- Menos mal.
- Vamos a empezar.
-A Dios gracias. Ya era hora.
Comentan entre sí.


mil diez, mil once, mil doce, mil trece, mil catorce, mil quince.
yo soy su hijo. Yo soy su hijo. Yo me llamo Miguel. Ella es María Dolores, mi mamá. Aunque, a veces, dice que me recogió de dentro de un latón de basura.
yo sé que no es así.




A María Dolores la vida le duele a cada paso. ¿Si pudiera arrancarme esta angustia que me araña, que me ahoga por dentro? Piensa cuando lo ve acercarse desde el otro extremo del pasillo. Él no lo mira. Avanza confundido entre la gente que va y viene. Tropezando unos con otros. Restregándose los hombros, la espalda contra la cerca de canto o la pared de madera. A veces pisan algún zapato. Empujan a alguien sin darse cuenta. Entonces, sonríen, le dan una palmadita suave en el hombro en señal de disculpa. Y continúan hasta que desaparecen por la puerta del comedor. La gente ha dejado de sudar.
-A veces uno ríe mucho y después tiene que llorar... En esta vida Dios manda un poquito para todo el mundo.
Le grita. Pero él no la mira.




mil dieciséis, mil diecisiete, mil dieciocho, Ma. Fermina y la abuela Matilde son la misma persona, mil diecinueve, cuando termine de contar hormigas y salga de aquí les diré que no quiero seguir viviendo con ellos.


Cantante y espiritista... exclama desde su asiento allá, al final del cuarto. Todos se vuelven para mirarla. Ríen, hacen chiste. Entonan algún canto de pulla mientras ella avanza. Ah, que calor, que asco de calor... Esos pies... Cuidado con esos pies. Todo es como en el teatro. Las voces van desapareciendo. Ahora sólo queda un murmullo a punto de extinguirse.
__ Rogamos a Dios todopoderoso que nos envíe buenos espíritus para asistirnos... (Empieza a decir los primeros textos de espaldas al público, con los brazos y las palmas de las manos abiertas, de frente al altar...) que nos dé la luz necesaria para distinguir la verdad de la impostura... (Al llegar aquí se voltea...) A los médium darle conciencia de la santidad del mandato que van a cumplir a fin de que tengan...
Corta la frase, hace una pausa, aprieta los ojos y los labios, respira hondo buscando concentración. Ahora se le ve más serena. Los músculos de la cara y los ademanes menos tensos, a ratos se dirige al público. Otras veces a Matilde sentada al otro extremo de la mesa.


Yo sé lo que provocó la separación de Leonor García y Belén Pedroso: A los iyabos en casa de la madrina se les daba distintas tisanas; incluso después de su estancia en la Casa de Santo, la ollubona se encargaba de dársela todos los días, a la hora señalada, le daban el remedio al iyabó. Sucedió que estando la iyabó Leonor García en el cumpleaños de Belén Pedroso le dieron a tomar el mejunje. La iyabó perdió el conocimiento y por muchos esfuerzos que hicieron no lo recuperaba. Entonces dijo que la habían envenenado y cargaron con el cuerpo y lo pusieron en la puerta de la calle cuando llegaron sus familiares se la llevaron corriendo para casa de su madrina quien la recibió como ordenaba su religión. Buscaron a un médico y por mucho que hizo no dio pie con bola: el cuerpo de Belén Pedroso seguía tirado allí sobre la cama. Daba horror verlo. Y entonces Ma. Fermina dijo:
- Si la llevan a mi casa yo la curo.
Y a los siete días se recuperó el conocimiento y así fue como surgió la separación entre Leonor García y Belén Pedroso. Y no son chanchullos.




hoy es el cumpleaños de Ma. Fermina y aunque estoy aquí, encerrado, puedo mirar el ajetreo de las mujeres limpiando la casa; a la abuela (como una loca) dando órdenes, preguntando dónde han metido la botella de aguardiente. Porque esta noche viene Ma. Fermina. Si Ma. Fermina viene me sacará de aquí y seguro mi madre le va a preguntar por mi tío Alberto. Alberto es un cuñado, el hermano de mi papá y el hijo mayor de la abuela. Alberto y Abelardo son como las niñas de los ojos de la abuela. Dice mi mamá que el tío Alberto desde chiquito tuvo muy mala cabeza, siempre anduvo por ahí dando tumbos.


Y cuando Florita fue hacerse santo con mamita Colasa que era arará y madre de Chacho el timbero de Miguel Failde y tuvo que entregar el santo a Ma. Fermina porque mamita Colasa era muy alegre y siempre andaba por la calle en... ya, usted, sabe. Y entonces Ma. Montserrat delegó en su ahijada mayor (Ma.Fermina) que era muy respetuosa.